Maestría maestra
Un 23 de mayo llegaste a las 9 de la mañana, precioso y arrugadito, tu fragilidad mostraba mi debilidad.
Cogerte en brazos era una pasión, mirarte una bendición, olerte una emoción. Tu hipo hizo levantar todas nuestras alarmas y la sonrisa de la pediatra, “que tiene hipo” le dijimos, nos miró con esa cara que ponen los expertos como diciendo: “no te queda ná”.
La casa se llenó de infancia, la habitación de pañales, mis pechos de leche. Ver el crecimiento día a día, un crecimiento controlado porque algo pasaba con tu sangre, era ver el universo lleno de estrellas. Un gemido, un llanto, una sonrisa era para mi dejar de respirar por unos instantes. Si tú llorabas yo lloraba, no, no era empatía, era inseguridad y desconcierto. Era mirar a la fragilidad vital y estar siempre en cuestión, era dudar de la duda interminable, si estaba bien hecho el cambio de pañal, si estaba bien dejarte dormir, si estaba bien despertarte, si estaba bien o mal… todo.
Pasaban los meses, dejé de llorar para empezar a disfrutar, a alegrarme de tu curiosidad, sentir tus miradas, presenciar tus gateos. En definitiva, tus avances llenaron mis cognitivos, mientras yo apuntaba en una especie de hoja exel, que yo misma me hice, tu cotidianeidad. Resultó que pronto hilaste letras, esas letras te trajeron algunas palabras cortas, en breve estabas dando discursos acompañado de un libro con muchos dibujos y tus explicaciones asombraban a los más duchos.
Yo comencé a escribir, escribí y escribí porque no sabía hacer otra cosa. Ponía en un juntaletras lo que se me ocurría. Tu fuerte delicadeza, tu estable quererme, tus abrazos a veces buscando protección, a veces buscando auparte fueron el destino de esas palabras que yo ponía sin consistencia.
Con solidez fue forjándose una idea, la coherencia vino después, mientras tú aprendías a caminar agarrado a Buf, nuestro querido mastín que también enseñó a caminar a tus hermanos, a la par que compartías su comida en su perol, mientras yo alucinaba todos los gérmenes habidos e inventados. La convicción ya formaba parte de mí. Una palabra sagrada se aferraba a mí, INFANCIA, mientras las noticias traían ecos desgarradores de otros lares.
En qué momento… ¿en qué momento de la Historia se dejó de lado a la Infancia?
No, la Historia sigue dejando huella, dejando complicidades para que la Infancia sea la protagonista y el Futuro.