La migración de los pueblos, Völkerwanderungszeit

Mati Matarredona
11 min readApr 22, 2019

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Thomas Cole, El curso del imperio: Destrucción, 1836, Óleo sobre lienzo 99 x 161 cm, New-York Historical Society, Nueva York

Nos habíamos quedado en que una revelación de un emperador, una alucinación en un momento de máximo estrés antes de una batalla decisiva, puso una cruz (un símbolo de tortura, sufrimiento y muerte) encima de los lechos de millones de personas. Una revelación de un “buscador de la verdad” en un momento de crisis existencial, otra alucinación, por cuestionar unos dogmas y misterios divinos puso freno a la curiosidad humana por unos 10 siglos.

Estado de la cuestión, siglo V

Unas invasiones que han llamado bárbaras puso patas arriba un territorio con una hegemonía de siglos. Los hombres más allá del Rin y del Danubio entraban en Roma a saquear como si de una aldea se tratase. Los emperadores romanos iban sucediendo los nefastos resultados de la desidia política hasta cotas superlativas. Es fascinante leer sobre la caída del Imperio Romano, la negligencia se instauró en la administración y ya no se cuidaban carreteras ni acueductos, las fronteras se han difuminado, las traiciones entre los aspirantes a emperador se van sucediendo para alcanzar una nada que se cae a cachos. No hay respiro. Las intrigas políticas, la inestabilidad social, los golpes de estado, el vacío de poder, las cambiantes alianzas, todo muy teatral, dramático y todavía los historiadores no se ponen de acuerdo en algunos momentos concretos. Este impredecible y agitado escenario hizo de la Europa de aquellos siglos un convulso escenario, cuyos actores, perdiendo el guión, luchaban no solo por vencer al adversario, sino también por no ser engullidas por el resto. Las tribus germanas, que venían ostentando un papel destacado en las fronteras del Imperio, se hicieron con el control de la situación. Roma intentó mantener su posición hegemónica, pero su poderío militar se derrumbó y hubo de acudir a los propios pueblos del norte, para hacer frente a los múltiples desafíos que iban surgiendo. Muchos de los actuales estados de Europa tienen su origen en el modo con el que los pueblos germánicos se fueron asentando en el continente. La humanidad “conocida” estaba entrando en una etapa en que las hegemonías administrativas se reducían a territorios escindidos del Imperio Romano. El siglo V se inició con un claro declive romano, luchas en las fronteras, los cristianos en plena expansión y con la curiosidad maldecida.

Estos acontecimientos bélicos, de asaltos, de capturas/liberación de esclavos, de destrucción en general, fue acogido por la iglesia como una posibilidad de vender sus dogmas como la “salvación” a todos los males que estaban aconteciendo en esa Roma del año 410 que muchos consideraron “el fin del mundo”. Y sí, se dieron cuenta que la Ciudad Eterna estaban ocurriendo tremendos acontecimientos de muerte, destrucción y saqueo sistemático. El hambre y las epidemias venían tras los saqueos. Las muertes “por nada” se sucedían sin parar, mientras los emperadores no sabían sacar los problemas adelante.

La iglesia puso la lecto escritura al servicio de la justificación divina de lo “que estaba pasando”. El genio de Agustín de Hipona se puso a ello y lo consiguió. Sí, consiguió convencer a romanos y a las tribus del norte que su dios se había cabreado con ellos y estaba mandando esos males, que para conseguir la salvación del alma había que bautizarse, aceptar los misterios cristianos, y acatar el estilo de vida “que ellos dijeran” y así tendrían una “buena muerte” y estarían en el cielo junto a su dios cuando se murieran, ya fuera asesinados, torturados, enfermos o lo que sea. Así que Agustín con una soberbia literatura escribió una serie de urbis excidio (sermón elaborado tras el saqueo de Roma) y el libro “Ciudad de dios” que terminó en 426 dando por sentado, justificado, argumentado, debatido y todo lo que se pueda hacer con frases con sujeto y predicado para que quedara claro que dios se había cabreado con Roma, que no la había destrozado como sucedió con Sodoma, y no la había destrozado porque la iglesia había intercedido y la prueba estaba en que Alarico ordenó expresamente no atacar los santos lugares, de Roma. Toma ya, argumento superlativo, no hay más palabras para definir tal delirio en momentos de frenéticos acontecimientos que suponían la muerte o no. Agustín recurrió a personajes bíblicos como Daniel, Job y Noé como base argumentativa de sus tesis. Que para eso Agustín ya se había encargado de bocetar una Historia Universal a medida de “sus conocimientos” sobre la sociedad, la biblia, el Imperio Romano y la venida de Jesús. Toda una proeza. Lo que hoy se denomina “chantaje emocional” llevado al extremo del terror. El supersticioso cerebro humano fue sucumbiendo a estos enunciados que hablaban de salvación en momentos de máxima incertidumbre vital.

Entramos en la Alta Edad Media.

Durante el siglo V se produjeron en Occidente grandes transformaciones que afectaron a todos los niveles de la sociedad y que supusieron la configuración de un nuevo modo de concebir el mundo.

La iglesia supo ver la oportunidad que la historia proporcionó en 410 a la iglesia, se presentaba, más que nunca, como “una, santa y universal” y manejadora del cotarro político, administrativo, militar y social.

La realidad social, política, militar y comercial se prestaba a ello, había que vender la certeza divina: “usando la razón humana se encuentra la verdad de la fe en el dios cristiano, asumiendo que no hace falta demostración porque tiene una esencia transparente, indeterminable e incomprensible, que se adquiere a través del conocimiento, la autoconciencia del pensamiento interior que acoge y no cuestiona la certeza divina, creadora de ideas y modelo de ejemplarismos divinos, dando el libre albedrío al humano” sí, se justificaba cualquier cosa que le pase al humano, “él lo ha decidido, ha decidido portarse mal ante dios y dios manifiesta su descontento mandando sufrimientos a mansalva”. Toma ya…. poética chantajista donde la haya.

Si el humano ya venía con un pecado original de base en el nacimiento, que para eso se habían pasado dos siglos dejando por escrito el tema del pecado original. En el año 382 se terminó de traducir la Vulgata, una traducción de la biblia hebrea y griega al latín, realizada por Jerónimo de Estridón, fue encargada por el papa Dámaso I (366–384), para que los romanos leyeran en latín el tema del pecado original y cómo se “quitaba” mediante el bautismo, entre otros menesteres.

Así se inició la estadística eclesiástica, ir sumando bautismos a todo lo largo y ancho del Imperio Romano y después, los pueblos del norte que iban bautizándose, porque eso sí, la superstición y los miedo ancestrales los tienen todos los cerebros humanos. Iba a sacar partido al pecado de los humanos para salvar la industria eclesiástica, que tan buenos beneficios había dado los dos últimos siglos.

Agustín atacó el corazón de los romanos cuando dijo: “la ciudad no es sus murallas, edificadas en 210, la ciudad es sus ciudadanos”. Golpe maestro a la esperanza humana. Eso sí, esos ciudadanos tenían que someterse a los misterios que “ellos decían” para que se alcance el conocimiento divino. Alarico, el que “sometió Roma”, era arriano aunque conservaba algunas reminiscencias de su paganismo. La leyenda cuenta que Proba, una arriana, fue la que abrió las puertas de Roma “por piedad” para que entraran las tropas visigodos “ y se acabara con el asedio”. Alarico dio la orden de “no tomar lugares santos”, sobretodo por las Basílicas de San Pedro y San Pablo, otro triunfo arriano que se apropiaron los cristianos, si la leyenda fuera cierta.

Hoy, Agustín de Hipona, sería considerado un influencer vendiendo libros de autoayuda. Sí, sí, cada sermón, cada epístola, cada libro, estaba dedicado a producir más y más almas, que al fin de cuentas es el negocio de la iglesia, la contabilidad de las almas. Que los descendientes de Alarico se bautizaran no fue más que un trámite. Agustín representa la síntesis del cristianismo y del platonismo; la doctrina sobre el conocimiento, la antropología y el ideal espiritualista. Dios es siempre el término y la cúspide del problema de la verdad y del bien. Eso había que llevarlo a rajatabla, no se podía salir de “lo que dios manda” ¿Recuerdan cuando dije que maldijo la curiosidad? Su inquietud existencial que está en la base de sus especulaciones, que al humano le gustara conocer la verdad era algo que le preocupaba a Agustín que ponía a dios detrás de cada averiguación.

Para acomodar todos las acontecimientos que se precipitaban sin que la iglesia se viera afectada, crearon un clero rural para atender a los campesinos, edificar iglesias y oratorios para sus rituales. Las parroquias rurales tenían pila bautismal y junto a ellas solía existir un cementerio. El clero se sustentaba con las aportaciones de los fieles. El clero rural se encargó de confeccionar su propio calendario para ajustar las “fiestas y celebraciones” a los nuevos postulados cristianos.

https://www.romaimperial.com/invasiones-barbaras/

Los monasterios se llenaron de hombres que más o menos alfabetizados, se retiraban a orar sobre los pecados propios y los de los demás, los delirios se escribían y se leían como si grandes verdades reveladas divinas fueran, lo vendían como lo más grande que podía pasarles a estas pobres gentes que no tendrían ni para comer la mayoría de días, viendo como se morían sus familiares alrededor con una impotencia superlativa.

A la iglesia no se le ocurrió más que hacer lo que Agustín indicaba y es las exhortaciones a la penitencia para calmar la ira de dios, algo que por otra parte no es nuevo, a lo largo y ancho del planeta se ha vivido “diversos sucesos de ira de dios en sus diferentes manifestaciones”. Vender la iluminación divina para que se vaya adquiriendo conocimiento fue el freno de mano social, político y científico que duró diez siglos.

La religión, en cuanto fenómeno cultural, ha sido una constante a lo largo de la historia humana. No hay una época ni territorio del planeta que no tenga restos de cultos. La incertidumbre es algo que no soporta el cerebro humano, la adquisición de certezas, sesgadas o no, ha iniciado búsquedas mistéricas por doquier.

El humano parece que siente una profunda necesidad de relacionarse con algo superior, misterioso y sagrado que trascienda su propia finitud/muerte, sus miedos, su presencia en el mundo mediante obras o no, a partir de una realidad que pertenece al ámbito de lo sagrado y misterioso. Esto unido a que al cerebro humano le encanta un disfraz y un ritual para escenificar o dotar de simbología los misterios.

Algo que hizo muy bien Agustín de Hipona fue considerar la experiencia de lo sagrado como problema digno de reflexión, además de intuir lo divino como constitutivo del hombre, el humano tiene una rama divina que hay que iluminar.

La explicación que Agustín de Hipona da sobre el tiempo, digno de un terraplanista que se precie, es claro ejemplo de “cómo hablar de mi libro y quedar como un intelectual a la par que estoy alabando al amigo imaginario”:

“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé; pero sin vacilación afirmo saber, que si nada pasase, no habría tiempo pasado; si nada hubiera de venir, no habría tiempo futuro; y si nada hubiese, no habría tiempo presente. ¿Cómo son, pues, aquellos dos tiempos, el pretérito y el futuro, si el pretérito ya no es, y el futuro todavía no es? Y el presente, si fuese siempre presente, y no pasase a pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, lo que hace que el presente sea tiempo, es que pasa a pretérito, ¿cómo decimos que tiene ser una cosa, cuya causa de ser es que no será; de suerte que no podemos decir con verdad que es tiempo, sino porque tiende a no ser?” (Confesiones. (s/f) Libro XI, cap. 14)

“Más, en cuanto es ahora claro y manifiesto, ni las cosas pasadas existen, ni las futuras, ni se dice con propiedad que los tiempos son tres: pretérito, presente y futuro; sino tal vez sería propio decir que los tiempos son tres: presente de lo pretérito, presente de lo presente y presente de lo futuro. Porque estas tres cosas existen en el alma, y fuera de ella no las veo: memoria presente de las cosas pretéritas; visión presente de las cosas presentes, y expectación presente de las cosas futuras. Si esto se puede llamar tres tiempos, veo y confieso que los tiempos son tres.” (Confesiones. (s/f), Libro XI, cap. 20)

En el primer párrafo monta una paradoja indisoluble, o triradoja, el caso es que no sabe dónde situar el tiempo, pero eso es lo bueno de Agustín, que ya se sabía la respuesta que vendría una capítulos después, colocar el tiempo en el alma humana “que él las veía”, esta literatura fantástica le abrió la puerta grande de la Filosofía de la religión, de la Filosofía de la Historia, y de unas cuantas Filosofías más. Me alucina mucho incluso cuando se ha “contemplado a Agustín de Hipona para asuntos bibliográficos de Psicología.

Concibe un triple presente ubicado al interior del alma humana, el espíritu humano:

“memoria presente de las cosas pretéritas; visión presente de las cosas presentes, y expectación presente de las cosas futuras.”

El propio Agustín de Hipona planteaba aporías conceptuales que él mismo resolvía con arte y salero para sus coetáneos, sobretodo los de la curia. Empatar, verdad, alma,

https://www.augustinus.it/spagnolo/grandezza_anima/index2.htm

Y así fue como se llegó a una etapa de oscuridad en la que el miedo se propagaba como las epidemias. Autores de libros de autoayuda de siglos pasados, vendidos como el máximo exponente de la intelectualidad del momentos, llegaron en unos momentos muy oportunos históricamente para dejar una impronta de sufrimiento humano que hay que pasar sí o sí para ganar una buena muerte y que el alma humana vaya a algún lugar de algún cielo.

Seguiremos informando.

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