La cultura de la violación no entiende la diversidad
La frase “todos los hombres son violadores en potencia” no es algo nuevo para las mujeres: NOS LO DICEN Y REPITEN A TODAS DESDE EL NACIMIENTO, la otra frase que nos repiten constantemente es que “todas putas”. Desde la familia, los medios, el entorno se van haciendo altavoz de estos mensajes. Nos obligan a “cuidarnos de los hombres”, nos riñen si se ve que alguien nos acosa. A las mujeres nos crían y nos educan para entender y aceptar que muchos hombres son peligrosos y que, como no hay forma de distinguirlos, debemos estar siempre alerta.
Y si nos pasa algo, culpa nuestra por no habernos cuidado, porque ya sabemos lo que hay. Algunos ejemplos de estos consejos:
1- Mira con quién vas
2- No descuides tu copa
3- ¿Vas a salir así vestida?
4- No te quedes sola
5- No te vayas con cualquiera
6- No vayas a ese sitio
7- No vuelvas sola
8- Avisa al llegar
Consejos que exponen el grado de defensa que se puede tener
- Ponte las llaves entre los dedos
- Ten marcado mi número por si acaso
- Mándame ubicación en tiempo real
- No vuelvas sola.
- No cojas caramelos de nadie.
- No hagas caso a desconocidos.
- No vuelvas en metro a esas horas.
- Ten cuidado con el profe de…
- Avisa al llegar.
- Me da miedo que te vayas al campo con el perro sola tanto tiempo….
- Llévate el móvil…
- Nunca subieran al coche de nadie para volver a casa… ni aunque sea conocido.
- Tu no vas a tener novio hasta que cumplas 30
- Que no me entere yo que andas con fulanito
- Hasta cuando nos echan la culpa a nosotras con lo de “no sabéis elegir”
- Ya sabías a lo que te arriesgabas
- Cómo se le ocurre viajar sola
- Pero quién le manda meterse en un coche con un desconocido
- Pero cómo se emborrachó si todo el mundo sabe lo que hay
- Es que a quien se le ocurre quedarse en casa de un desconocido
- Pero cómo se metió ahí
Ejemplos de machos con ideas claras sobre “quién manda”:
- Eh, pero qué te piensas que soy un violador
- Es que es la biología
- Ya sabes, los hombres no se controlan
- Es que no te puedes fiar
- No merece ser violada
En la sociedad nos encontramos con un fenómeno social, cultural y psicológico que a las mujeres las confunde y las mata, a los hombres los obliga a ponerse a la defensiva automáticamente y supone un freno en esto que se llama “vida humana”. La violencia sistemática de los hombres sobre las mujeres es un fenómeno que dura siglos en casi todos los lugares del planeta. Es una violencia ejercida sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres.
Desde hace algunos años las mujeres hemos empezado a gritar y a exponer estos abusos que se dan en muchos ámbitos como el doméstico, laboral, de ocio, formativo, educativo, médico, etc., y que no estamos dispuestas a seguir sometiéndose a los caprichos violentos de hombres que ven peligrar su masculinidad si no son violentos. Los hombres no se conciben así mismos violadores, incluso los violadores no se consideran a sí mismo violadores ni agresores sexuales, siempre tienen una justificación de su conducta porque no consideran que hayan cometido un delito. Para zafarse de la ley, los violadores y agresores sexuales crean constructos cognitivos falsos, esto es, distorsiones cognitivas que usan como creíbles y que les sirve para justificar sus excusas. En excusas de pederastas Abel y cols, 1984, dijeron en su artículo :
1. Las caricias sexuales no son en realidad sexo y por ello no se hace ningún mal.
2. Los niños no lo dicen debido a que les gusta el sexo.
3. El sexo mejora la relación con un niño.
4. La sociedad llegará a reconocer que el sexo con los niños es aceptable.
5. Cuando preguntan sobre el sexo significa que él o ella desean experimentarlo.
6. El sexo práctico es una manera de instruir a los niños sobre el sexo.
7. La falta de resistencia física significa que el niño desea el contacto sexual.
Focalizando el debate
El debate debería ser por qué les indigna tanto a muchísimos hombres que digamos que todos son potencialmente violadores en vez de las propias violaciones que cometen todos los días los de su mismo sexo, esto es, los hombres.
Parece ser que hay una estrecha correlación entre cultura patriarcal, desigualdad entre hombres y mujeres y violencia de género. Y una forma de afrontar esta desigualdad es no reconocer que la mayoría de las violaciones y las agresiones sexuales las cometen los hombres que no son monstruos, ni están enfermos, ni son locos…
Son hombres que han decidido violar y agredir sexualmente a las mujeres, niñas, niños e incluso a otros hombres por poder, por el simple hecho “de que pueden”.
Desde la década de 1970 un sintagma está aporreando los sectores culturales y sociales, el sintagma sociológico es “cultura de la violación” que parece ser apareció en un libro titulado “Violación: El Primer libro de Consulta para la Mujer”, editado por Noreen Connel y Cassandra Wilson en 1974. Ahí se habla de una sociedad con un conjunto de creencias que banaliza la violación y culpa a las mujeres. El control y el poder que los hombres han ejercido sobre las mujeres a lo largo de los siglos quedó plasmado en un libro que se publicó como recurso clave para brindar apoyo e información a las mujeres que han sido víctimas de violación o abuso sexual. Se convirtió en una herramienta de empoderamiento de las mujeres porque les ayudaba a tomar decisiones informadas en momentos de vulnerabilidad extrema. También intentó desmitificar el proceso legal y médico para reducir el miedo y la incertidumbre asociados con la búsqueda de ayuda tras una violación.
Ese concepto sociológico ha trascendido más allá de las áreas de “las consecuencias de un acto de violación” y dio paso a cómo la cultura, la sociedad, la religión, la política, la judicatura, y demás actores institucionales que forman parte de eso que se llama “vida humana” durante siglos han sido cómplices encubridores, con conocimiento de causa o sin él, de una serie de conductas y agresiones que no han hecho más que imponer por la fuerza el poder del hombre sobre la mujer. El sometimiento sexual de la mujer al hombre, algo con profundas consecuencias sociales y psicológicas para las mujeres, afectando su bienestar, su identidad, sus relaciones y su posición en la sociedad.
Muchos hombres consideran que “tienen un comportamiento totalmente respetuoso e intachable” y no están dispuestos a cambiar nada porque ya hay leyes que castigan las conductas agresivas. Piensan que con la prevención basada en una educación en valores y ética es suficiente. Esa es la justificación que se da para que cuando se habla en el marco de la “cultura de la violación” y se utiliza el sintagma “los hombres son potencialmente violadores” aluden que no hay que emplear frases como “todos los hombres son potencialmente violadores” y tampoco decir “el 99% de las violaciones son cometidas por hombres” porque como ellos no son violadores ni agresores les ofende y les molesta.
La cuestión es que necesitamos soluciones ya y los hombres no están por la labor de decirle a los violadores y maltratadores que su conducta, su actitud y su agresión es un retroceso social. Es más, la inmensa mayoría de hombres se ha anclado en “yo no soy agresivo ni violador, esto conmigo no va”. Por mucho que digan las mujeres que si van caminando solas de noche, y no hace falta que sea la madrugada sino algo más del anochecer, ya se cambian de acera, aceleran el paso o buscan estrategias de evasión si ven que hay un hombre caminando en su misma dirección. Ante eso la inmensa mayoría de hombres contesta que “es que somos unas histéricas” zanjando el tema.
Fenómeno planetario
Estamos ante un fenómeno complejo con múltiples facetas. Esta problemática tiene raíces profundas en factores culturales, psicológicos y sociales que se entrelazan de manera intrincada. La evasión por parte de los hombres a asumir que el hombre es un factor de riesgo para mujeres, infancia y personas LGTBIAQ+ supone un golpe cognitivo que no están dispuestos a afrontar.
Estos hombres, los que consideran que como no son agresivos con las mujeres no tienen que hacer algo respecto a este problema más allá del que se le ponga laboralmente, es decir, si son del ámbito sanitario atenderán a la mujer agredida dentro de los protocolos establecidos, si son policías tendrán que detener a los agresores cuando tengan las correspondiente órdenes, si son jueces interpretarán y aplicarán la ley según sus criterios, y así con todos los sectores laborales. Más allá de estas responsabilidades laborales no van a decirle a un agresor o un violador nada… El silencio es el mejor aliado cómplice de la cultura de la violación.
Hay un sector de la población de hombres que defiende a los agresores con vehemencia. Considerar a los violadores como víctimas forma parte del discurso que tienen para que la mujer violada desista de tomar acciones legales. Se apela a una “solidaridad masculina” que impone la defensa y la justificación del delito y de la minimización de la gravedad del delito para proteger “a su hermandad”, la amenaza a la identidad masculina que por encima de todo tiene que mantener la dominación y el control, incluidos los aspectos sexuales, debe mantenerse a toda costa, según estos “hombres”. Por eso no reconocen que un hombre es el violador, prefieren llamarle monstruo, enfermo, etc., cosifica a los violadores y les aleja del problema, pueden percibir como una amenaza la idea de lo que significa “ser hombre”, por eso enarbolan una defensa reactiva para proteger esa identidad. También tienen miedo a las consecuencias como a ser falsamente acusados, el mito de las denuncias falsas ha calado tanto que algunos hombres necesitan defender a los acusados para protegerse a sí mismos de lo que ven como un sistema injusto. La creciente atención y condena de la violencia de género y la violencia sexual es una amenaza que atenta su posición privilegiada en la sociedad. De esta forma adquieren la idea irracional de que defender a los agresores puede ser un intento de preservar su status quo para proteger esa identidad masculina. El feminismo ha llevado a algunos hombres a sentirse amenazados. Los movimientos de derechos de las mujeres son sentidos como amenazas directas a su poder y control, no conciben que el feminismo es la búsqueda de la igualdad social entre todas las personas. Emergen unas nostalgias por un tiempo en que las normas sociales eran más rígidas y la violencia sexual no se condenaba, es más, se alababa y se insistía en los correctivos a las mujeres “si se portaban mal y no respetaban al hombre”. Defender a los agresores es una forma de manifestar que quieren seguir aferrándose a estas normas tradicionales. La incapacidad para empatizar con la víctima y deshumanizar a las mujeres son las facetas que emergen ante la ceguera moral (empatizar con el agresor porque consideran que no ha sido tratado con justicia) y la empatía sesgada (ver a las mujeres como menos merecedoras de derechos o justicia) una y otra da lugar a una defensa de los agresores.
La cultura de la violación
Cuando se les habla a la mayoría de hombres de “la cultura de la violación” nos encontramos ante personas que no están familiarizadas con este concepto y sus definiciones son muy superficiales, no entienden la magnitud y profundidad del tema. La mayoría no son conscientes de que ciertas actitudes, comentarios o comportamientos están contribuyendo a un entorno que normaliza o minimiza la violencia sexual. Otros hombres cuando se les presenta el concepto lo niegan sistemáticamente, sobre todo estos hombres, que según ellos, tienen un comportamiento totalmente respetuoso e intachable, niegan este concepto y estas situaciones como un mecanismo de defensa para evitar confrontar su propio comportamiento o el de su grupo social.
La influencia de la cultura de la violación lleva a una normalización de la violencia sexual y a la culpabilización de la víctima. La normalización es tal que muchos hombres no ven ciertos comportamientos como problemáticos por eso no creen que los agresores merezcan un castigo severo. Por eso insisten en la defensa del agresor mientras minimizan el daño causado a las víctimas. El ataque a las víctimas viene dado por sesgos y creencias irracionales sobre mitos referentes a las mujeres como que la víctima provocó el ataque, que tuvo un comportamiento irresponsable, que su forma de vestir no era la adecuada, que su promiscuidad le llevó a ese desenlace, etc., todo estrategias que desvían la culpa del perpetrador del delito.
Todo esto se puede condensar en un profundo desconocimiento de la realidad de la violación, su impacto y su gravedad. Cuestiones que se ven reflejadas en la falta de respeto y educación sobre el consentimiento, el trauma y las dinámicas de poder en la violencia sexual que les lleva a minimizar las consecuencias de la violación en la víctima y una defensa de los violadores difundiendo mitos de sobra desmontados. Decir en redes sociales que “las mujeres mienten sobre la violación para vengarse” o “los violadores son solo monstruos extraños, no hombres comunes” es una normalidad cuando se hacer viral algún caso de violación mediático. Más si el violador es alguien famoso, con dinero y un ídolo de masas. Porque parece ser que los hombres agresores tienen claro que: “Las mujeres dicen ‘no’ cuando quieren decir ‘sí’”.
El papel de los medios y la cultura popular
El papel de los medios de comunicación y la cultura popular es crucial en la construcción de las narrativas sociales, incluyendo aquellas que influyen en la percepción de la violencia sexual y en la defensa de violadores sentenciados.
Aquí nos encontramos con mecanismos psicológicos que pueden llegar a explicar “por qué se defiende y justifica a los agresores sexuales por parte de la cultura popular”. Cuando emerge una noticia sobre alguna violación, y si se tiene algún tipo de influencia social, aunque esa influencia sea a nivel de barrio o de pueblo, y si son hombres jóvenes y de buena apariencia, lo primero que se hacer es que se intenta crear un discurso en torno a “son buenos chicos que han cometido un error”.
Los agresores sexuales tienen una protección social avalada por los siglos. De una manera intuitiva los agresores sexuales han percibido esa tensión psicológica que surge cuando una persona se enfrenta a dos creencias contradictorias (disonancia cognitiva, Leon Festinger, 1957). Los allegados al agresor, ya sean familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc., en principio no pueden concebir que esa persona conocida y a la que aprecian haya realizado esa conducta tan atroz. A estas personas la disonancia cognitiva puede llevarles a un dolor insoportable, así que “racionalizan el comportamiento del agresor” y las estrategias utilizadas son, entre otras: negar el delito, minimizar el comportamiento y la gravedad del delito, culpar a la víctima, y separar el comportamiento de la persona (muy activo en grandes artistas). De esta forma se genera simpatía hacia el agresor, se minimiza la gravedad del delito y consiguen que algunos hombres sientan que el castigo es excesivo.
En los casos de alta notoriedad los medios contribuyen a crear una imagen positiva de los agresores sexuales destacando sus logros o sus cualidades personales, de esta forma se va llevando a un sector de la población a una defensa pública del violador, así se humaniza al agresor y se eclipsa el sufrimiento de la víctima y la gravedad del delito. El sesgo de confirmación tiende a buscar evidencias y explicaciones que exculpan al delincuente sexual, ignorando o desestimando la evidencia de su culpabilidad. Esto lleva a una visión distorsionada de los hechos y a la justificación de actos inaceptables.
El efecto halo hace más importante un acto cotidiano como “siempre saludaba por la escalera” lo que induce a pensar que no sería capaz de cometer una acto tan vil esto justifica al agresor, su defensa es más fácil y se cuestiona a la víctima, por extensión se hace presión a los allegados para que se insista en la visión “de chico bueno” de agresor. Mientras tanto el hombre que defiende al agresor “porque es un buen chico” no consiente verse implicado en un cuestionamiento de los valores y la reputación del grupo, y cualquier cosa contra el agresor puede verse percibida como una amenaza para su identidad colectiva. La racionalización moral es un proceso cognitivo por el cual se justifica los graves delitos sexuales como “errores” o un “lo hizo sin mala intención” de esta forma se permiten continuar viendo como una buena persona al delincuente sexual a pesar de su comportamiento.
Las estructuras de poder, las normas sociales y culturales han perpetuado la impunidad de la violencia sexual e incluso se ha llegado a proteger a los agresores, las víctimas durante siglos no se han tenido en cuenta. Son muchos los factores históricos que hacen que la disonancia cognitiva y los sesgos en general actúen ante una noticia perturbadora. Esta cultura patriarcal con una supremacía masculina en donde los hombres ostentan el poder y control sobre las mujeres, sus cuerpos incluidos, ven la violencia sexual como un derecho masculino para ejercer el poder. Ha sido una imperiosa necesidad el control de la sexualidad femenina porque al ser consideradas propiedad de padres, esposos o familias, así que cualquier violencia ejercida sobre los cuerpos de las mujeres podrán ser minimizados, ignorados, eso sí, esos abusos y violencias no tenían que afectar la propiedad o el honor de la familia masculina.
Una legislación y justicia sesgada con leyes que favorecen a los hombres, cuestiones como no reconocer el maltrato intrafamiliar “porque el hombre tenía derecho a los correctivos de las mujeres”, alimentar la idea que el consentimiento sexual es un derecho automático del marido. Para mantener eso las mujeres no tenían ni voz ni representación en el sistema legal, y si quería poner una denuncia tenía que ir acompañada por su esposo o su padres, si encima iba a denunciar la violación se le exigía “testigos”, algo que hacía casi imposible que las mujeres obtuvieran justicia. El silenciamiento a las victimas de violencia sexual se ha hecho desde fuera a través de inculcar la vergüenza y la culpa, la estigmatización y un feroz miedo a las represalias. Hay zonas que se considera tabú hablar de eso, por supuesto que culpabilizar a la víctima se da por hecho. Por otro lado, las denuncias de agresión sexual pueden ser suprimidas para evitar la deshonra familiar. También se han perpetuados mitos que minimizan la violencia sexual, así justifican y excusan los delitos de los agresores, un ejemplo de mito es la idea de que los hombres no se pueden controlar sus impulsos sexuales, otro mito muy extendido es que las mujeres son las que provocan la agresión sexual por su forma de andar, de vestir, etc.
También a través de la cultura popular se ha visto normalizada la violencia sexual al romantizarla o trivializarla. Presentar la violación y la agresión sexual como un acto de pasión o de poder es algo muy común en el cine. La influencia de la moral religiosa da cuenta de cómo la mujer tiene que mostrar sumisión a los hombres, una agresión sexual es un pecado por parte de la mujer, da igual que haya sido violada entre varios. La moral sexual estricta proveniente de la religión ha apoyado la idea de que las víctimas de agresión sexual son culpables de lo que les ocurrió, de esta forma se refuerza la protección de los agresores.
Por ejemplo, hasta hace pocas décadas en España existía el uxoricidio legal, esto es, matar a la esposa sin consecuencias. Por supuesto que se llamó “uxoricidio por honor”.
Esta protección social al agresor sexual ha sido sostenida por diversas prácticas, creencias y sistemas mantenidos que han minimizado, justificado o incluso normalizado los delitos sexuales a lo largo de la historia. Desde la imposición del patriarcado se declaró una desigualdad de género. El control del cuerpo femenino ha sido una constante. La mujer no tenía autonomía personal, social, económica y psicológica, el control sobre su cuerpo ha venido dado por unas normas y leyes que justifican el acceso sexual de los hombres a las mujeres sin importar si ellas consentían o no.
Esta cosificación de la mujer por el patriarcado es y ha sido una de las principales causas del sometimiento sexual de las mujeres. El patriarcado es un sistema social en el que los hombres se apoderan del poder y las mujeres están subordinadas a él. En este sistema la toma de decisiones, las instituciones, todo lo que tenga que ver con la esfera de la mujer, incluida su sexualidad, es propiedad del hombre. Así que se establecen leyes y costumbres que refuercen esta subordinación sexual de las mujeres. El ejemplo más básico es que la mujer es propiedad del hombre, hija, hermana, esposa, es igual, se legitima el control masculino sobre la sexualidad masculina.
En el contexto del matrimonio muchas religiones subrayan la sumisión de la mujer al hombre. Textos religiosos y enseñanzas “sagradas” se interpretan para justificar la dominación sexual masculina, así se afirma que la mujer debe ser sumisa y obediente. Una tradición obsesiva versa sobre la pureza femenina y la virginidad, de esta forma el control de la sexualidad de la mujer se hace efectivo ya que esta moralidad impone severas restricciones a la autonomía sexual de las mujeres, concediendo mayor libertad sexual a los hombres.
El control de los recursos ha colocado a las mujeres en una posición de dependencia, provocando una vulneración al negar su independencia, de esta forma la explotación sexual emergió para sobrevivir. Así que el matrimonio se vio como una transacción económica y la mujer es tratado como un bien que se intercambia o se transfiere entre familias. Este enfoque mercantilista refuerza la idea de que el hombre tiene derechos sobre el cuerpo de la mujer.
Desde la filosofía también se han mantenido discursos sobre la superioridad masculina. Filósofos y pensadores promovieron la idea de que los hombres son naturalmente superiores a las mujeres tanto física como intelectualmente. Así se ha justificado filosóficamente la subordinación sexual de las mujeres. Por otra parte, se inventaron un derecho divino o natural que impulsaba a gobernar sobre las mujeres. Así desde la legislatura, la filosofía y la teología se fue creando una base ideológica para la desigualdad de género. La Educación Formal dirigida por gestores que estaban bajo el yugo de estas filosofías religiosas se encargaron del adoctrinamiento en la superioridad masculina.
Las normas de género impusieron los roles rígidos en los que se supone que los hombres sean los dominantes y las mujeres las sumisas. El adoctrinamiento a través de la socialización efectuado durante siglos ha dado paso a que se vea natural y por derecho el control por parte del hombre de la sexualidad femenina. Por su parte, las mujeres debían ser modestas, castas y obedientes, mientras que los hombres tienen que ser dominantes y asertivos.
La violación y la coacción han sido herramientas para controlar y someter a las mujeres, la violencia sexual ha sido un medio para reafirmar el poder masculino. Esta impunidad para los actos de violencia sexual se ha reforzado con leyes y costumbres que protegía a los agresores y castigaba a las víctimas. De esta forma el control de la capacidad reproductiva de las mujeres se ha visto sometida a asegurar la legitimidad de la descendencia y mantener el linaje masculino. Por otra parte se obliga a las mujeres a convertirse en madre y limitar su papel a la procreación, así se refuerza la idea de que el valor de una mujer está ligado a su capacidad reproductiva y a su obediencia sexual.
Los procesos colonizadores y descolonizadores producidos por los europeos en África y América se caracterizaron principalmente por el sometimiento sexual de las mujeres como una herramienta de control y dominación. Un sometimiento sexual, racial y de género para perpetuar la idea de que las mujeres son inherentemente inferiores y disponibles para la explotación sexual. Es otras partes de Asia este método también fue especialmente atroz. Esta intersección de racismo y sexismo ha llevado a la hipersexualización y al sometimiento de mujeres de etnias que han sido vistas como objetos sexuales al servicio de los hombres blancos, reforzando así las dinámicas de poder y control.
Las leyes de familia y propiedad han tratado a las mujeres como propiedades de los padres, maridos o hermanos, se les ha despojado de derechos sobre su propio cuerpo, las violaciones conyugales no se ha reconocido en países como España hasta hace pocos años, estás leyes no reconocían el consentimiento sexual dentro del matrimonio, lo que ha servido para prolongar el control sexual masculino. Y también tenemos a ese sector de la población resistente al cambio, oponiéndose a la igualdad de género porque no quiere cambiar las dinámicas de control sexual, quiere que las mujeres se mantengan subordinadas a los hombres.
Los chicos “buenos”
Las narrativas de los “chicos buenos” en casos de delitos sexuales se basan en la percepción de que ciertos individuos, debido a su carácter o reputación, no podrían cometer actos tan atroces como la agresión sexual. Otros hombres consideran la defensa de estos agresores como una labor sagrada. Hay que proteger la imagen del agresor, desvalorizar la gravedad de la violencia sexual y revictimizar a quien la ha sufrido por encima de todo. Les va la identidad de masculinidad agresiva y dominante en ello. Para conseguir estos objetivos tienen unas estrategias planificadas desde hace siglos. Algunos hombres sufren disonancia cognitiva porque no conciben que ese hombre conocido haya cometido un delito atroz, así que se arropan de unas justificaciones y excusas para manejar esta disonancia cognitiva.
Lo más común es negar el delito, ese “chico bueno es incapaz de realizar ese delito tan grave”, por mucha evidencia que se presente siempre sugerirá que las acusaciones son falsas, que se ha malinterpretado la conducta, que se han fabricado las pruebas. Negando el delito se ayuda a mantener intacta la percepción positiva del agresor.
La minimización del comportamiento delictivo restando gravedad indicando “que puede que ocurriera algo inapropiado” y lo describen como un “error”, “una mala decisión” porque no se asoman a la palabra delito o crimen porque no consideran a ese “buena persona” un depredador sexual.
Culpar a la víctima es la estrategia favorita para resolver esa disonancia cognitiva, la víctima es la que provocó el delito, exageró lo que sucedió o la mejor: tiene muy malas intenciones porque lo que quiere es atención o venganza. Así se desplaza la responsabilidad del agresor y se protege su imagen.
Otros racionalizan el comportamiento del delincuente sexual indicando que pudo estar sometido a una presión muy fuerte, que fue un accidente o que “estaba bajo la influencia de algún neurotóxico”, el objetivo es mantener la idea de que el delincuente sexual es “buena persona”.
En el mundo del arte hay una coletilla que se utiliza mucho y es “separar el comportamiento de la persona”. Estos chicos buenos artistas y depredadores sexuales se conciben como “que han sufrido experiencias anómalas al violar a una mujer o una niña”, los justifican diciendo que ese acto no define quién es él como persona, así siguen viendo al agresor de manera favorable. Incluso algunos indican que ese “aura de chico malote aumenta las posibilidades del artista al explorar nuevas experiencias”, sí, son muy finos para justificar los actos de violencia sexual.
Una cuestión esencial en esta situación de protección masculina de los agresores sexuales tiene que ver con la idealización de la masculinidad. La percepción de los hombres como protectores viene dada por las normas culturales e históricas. Si un hombre es percibido como “proveedor” y ha cometido una agresión sexual puede que a los defensores les sea difícil reconciliar la del “héroe” o “proveedor” con la del agresor, así que optan por defender al delincuente sexual en cuestión.
Las narrativas de redención donde estos “chicos buenos que agreden sexualmente” se merecen por encima de todo una segunda oportunidad que pase por no llegar a una pena carcelaria, consideran que la absolución social es el camino para “esa aberración temporal que ha cometido”. Esta defensa más comprensiva con el delincuente sexual famoso no se contempla en la víctima. Ella es la culpable de que este buen chico haya cometido el delito.
También se muestran reacios al cambio social estos hombres defensores de los agresores sexuales, estos cambios sociales que se están produciendo como las nuevas expectativas sobre la conducta sexual y el consentimiento lleva a pensar en cuestionamientos en las propias creencias y comportamientos personales, esta incomodidad puede llevar a defender al agresor de manera instintiva, mejor eso que la confrontación interna.
Algunas veces las defensas “a los chicos buenos que cometen agresiones sexuales” se hacen para que el agresor no se enfrente a una estigmatización social severa, eso sí, la estigmatización de la víctima no importa. Consideran que esta “persona buena” tiene unas consecuencias penales desproporcionadas porque no ha cometido delito, sólo “ha cometido un error”.
Las narrativas de los “chicos buenos” en casos de delitos sexuales están respaldadas por una serie de mecanismos psicológicos y sociales que permiten a las personas racionalizar, minimizar o negar la culpabilidad del agresor. Estas estrategias enfocadas a proteger la imagen del agresor, a perpetuar la cultura de la violación y a desvalorizar la gravedad de la violencia sexual. Que las víctimas sean revictimizadas una y otra vez no importa, es más la utilizarán las veces que haga falta si el desarrollo de los acontecimiento lo requiere, para estos hombres lo importante es mantener el discurso falaz de masculinidad heroica y proveedora.
Desafíos en el sistema legal y social
Desde los entornos machistas se insiste en que el sistema judicial es injusto porque las sentencias de violación son excesivas, esto se justifica diciendo que las denuncias de abusos sexuales o violación son falsas o exageradas. Así que a algunos delincuentes sexuales son considerados mártires del feminismo. Esto se apuntala en la desconfianza hacia las víctimas y un mito extendido entre la misoginada que considera que hay muchas denuncias falsas de violación. La duda y es irracional escepticismo levanta unas suspicacias que incluso con los hechos probados en un juicio, una sentencia y una condena siguen insistiendo en que el delincuente sexual es un mártir inocente que ha caído en manos de “una mujer mala”, de esta forma se refuerza la complicidad en la cultura de la violación. En paralelo se promueve la desconfianza en las víctimas. Los medios de comunicación son los objetivos clave para que estos mensajes lleguen a más personas, dando así una imagen de solidez.
La deshumanización de las víctimas minimizando su sufrimiento, y exponiendo su vida tras la agresión sexual es la estrategia que consigue proteger y defender al delincuente sexual, ignorar las consecuencias traumáticas y duraderas de las víctimas es perpetuar la impunidad y la complicidad. Algunos hombres no son conscientes que al defender a un violador contribuye al mantenimiento de una estructura social que permite la violencia sexual. Esto dificulta la erradicación de la cultura de la violación.
Muchos hombres ante una confrontación sobre su complicidad con la cultura de la violación muestran respuestas defensivas o de negación. Si lo aceptaran reconocerían que hay privilegios masculinos que cuestionar, que hay normas y leyes profundamente arraigadas, esto les produce malestar. Para contrarrestar este malestar exponen un resentimiento hacia el feminismo que ven como una amenaza, una afrenta a sus derechos masculinos, la defensa de los violadores es una acto de resistencia porque consideran que han atacado su masculinidad tradicional.
En la sociedad en general nos encontramos entra la falta de recursos para intervenciones Educativas y comunitarias, la falta de programas de intervención que aborden la complicidad de algunos hombres en la cultura de la violación supone un desafío significativo. No hay una intervención educativa adecuada desde la infancia y cuando se llega a la vida adulta, muchos hombres no tienen herramientas cognitivas para identificar y cuestionar su complicidad con la cultura de la violación. También se encuentra una escasa participación de los hombres en la lucha contra la violencia sexual porque la consideran “cosas de mujeres”, otros hombres que quieren ayudar no tienen una “guía clara” y prefieren la inacción, algo que asegura la complicidad.
Las reformas sociales y legales han producido nuevos problemas dando cuenta de que estas normas cómplices con la cultura de la violación están muy arraigadas y un cambio supone un proceso lento y difícil. El desmantelamiento de la cultura de la violación requiere esfuerzos sostenidos y multifacéticos. También nos encontramos que las leyes pueden llegar a ser inadecuadas para abordar esta problemática porque estas reformas legales necesarias encuentran resistencia política. Así que la implementación de medidas efectivas para proteger a las víctimas, responsabilizar a los agresores y tomar medidas con quienes los defienden supone retos importantes.
Medios de comunicación y TIC
Los medios de comunicación y cultura popular a menudo prolongan estereotipos y narrativas que contribuyen a la defensa de los violadores. El desafío supone cambiar la manera en que estos medios abordan los temas. A la vez las desigualdades sociales como el racismo, la homofobia y la pobreza induce a los hombres a defender a violadores como forma de reforzar su propio poder o estatus en sus sistea jerárquico más amplio. Así que la imbricada complejidad muestra que la forma de solucionar el problema para por enfoques multidisciplinares y multifactoriales. Superar estos desafíos requiere un enfoque integral que incluya la reforma legal, la educación pública, la movilización comunitaria, y un cambio cultural profundo que cuestione y desmantele la cultura de la violación.
La difusión de contenido misógino en las redes sociales perpetúa los estereotipos sexistas, los memes, los vídeos, los comentarios que trivializan la violencia sexual o culpabilizan a las víctimas pueden se viralizar rápidamente contribuyendo a la normalización del sometimiento sexual. Ante esto la cultura de la violación se refuerza en redes sociales al compartir narrativas que minimizan el impacto de la violencia sexual, cuestionan la credibilidad de las víctimas y glorifican el comportamiento agresivo de los hombres.
También hay casos de ciberacoso y doxing (recopilar y publicar información personal de alguien o de un grupo, sin su consentimiento, con el objetivo de dañar su trayectoria pública y profesional), las víctimas de agresiones son atacadas, acosadas y expuestas públicamente para intimidarla o silenciarlas. El objetivo es disuadir a otras víctimas de compartir y denunciar sus experiencias. El sometimiento sexual moderno pasa por los chantajes ejercicios por la difusión de imágenes o vídeos íntimos sin consentimiento, práctica que se ha intensificado con la expansión de las redes sociales. Se consiguen varios objetivos con eso, violar la privacidad de las víctimas y prolongar su sometimiento al exponerlas sin su consentimiento.
Las redes sociales también son utilizadas para difundir desinformación que puede dañar la credibilidad de las víctimas y proteger a los agresores. Estas campañas difamatorias suelen estar coordinadas para confundir a las posibles audiencias y mantienen el status quo. Las reacciones polarizadas suelen ser otras tácticas que son utilizadas por grupos misóginos para contrarrestar los esfuerzos de concienciación. Con estas campañas buscan minimizar la importancia de estos problemas pues atacan directamente a quienes promueven el cambio.
Las redes sociales también han supuesto un desafía a las narrativas tradicionales, las contranarrativas permiten desafiar y redefinir conceptos sobre el sometimiento sexual de las mujeres y las personas LGTBIAQ+. Que las víctimas tengan acceso en redes sociales para publicar y compartir sus historias a través de blogs, videos y otras plataformas ha ayudado a cuestionar y contrarrestar las representaciones sesgadas de la misoginia, promoviendo una comprensión más amplia y matizada de la violencia sexual. Esto ha llevado a una exposición pública de agresores, que de otra manera continuarían en el anonimato. Estas denuncias públicas han obligado a muchas instituciones a responder a las acusaciones y a tomar medidas, aunque no siempre se logre justicia. Esto ha logrado algunos cambios visibles que pasan por las instituciones, empresas y universidades. Han sido forzadas a revisar políticas, a sancionar a agresores y a implementar programas de prevención debido a la atención y presión pública generada en estas plataformas.
¿Cómo pueden los medios de comunicación mejorar su cobertura?
Desafíos persistentes
En la sociedad Occidental nos encontramos con unos desafíos importantes con los medios de comunicación masiva y con las redes sociales de internet. Con la leyes que no protegen a las víctimas. Con las persistencia en los estereotipos de género, la normalización de la violencia, la impunidad y la falta de rendición de cuentas, con la revictimización de las víctimas. Las resistencias al cambio cultural y a seguir unas tradiciones por inercia.
Las constantes reticencias por parte de algunos partidos políticos a la Educación Sexual Integral en colegios e institutos, algo que promociona la desinformación y mitos sobre la violación. La falta de apoyos institucionales que no proporcionan protocolos claros y el adecuado apoyo a las víctimas.
Las experiencias en torno a la violencia sexual no son uniformes, la etnia, la clase social, la orientación sexual o la discapacidad son factores que se tienen que tener en cuenta a la hora de plantear las problemáticas que se derivan. También dan cuenta de que a veces los encargados de hacer cumplir la ley cuentan con una grave falta de capacitación.
La cultura misógina quiere seguir manteniendo el poder y el privilegio. La protección a los agresores será el resorte que se acciones cada vez que un individuo perpetre violencia sexual contra la mujer, la Infancia o personas LGTBIAQ+, silenciar a las víctimas a base de imponer presión social y miedo a través de varias estrategias es uno de sus objetivos.
Es esencial promover una educación integral sobre el consentimiento y la igualdad de género, reformar las instituciones para que apoyen de manera efectiva a las víctimas, y desafiar las normas culturales que perpetúan la violencia sexual.