Esto no es nuevo
Segunda parte de “Encíclicas venenosas”
La estrategia de este voraz neoliberalismo cristiano católico viene de lejos, viene de un sector de la población con un poder infalible e inconmensurable. Tienen desde el siglo 18 el argumento definitivo contra todo lo que tenga que ver con facilitar la vida a los trabajadores, a las mujeres, a las personas del colectivo LGTBIAQ, y como son unos fanáticos religiosos también consideran los blasfemos y herejes en general a lo que ellos consideran peligros que pueden influir en sus objetivos. Se ha impuesto una idea de “derecho natural” que emana de la más abyecta justificación de la fantasía que vertebra la industria de la religión cristiana católica y que llega a eso que han llamado “doctrina social de la iglesia”.
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) se define como la enseñanza moral que en materia social, política, económica, familiar, cultural, que realiza la Iglesia, propuesta en diversos escritos por diversos papas, organizaciones eclesiales y los obispos. Se insiste mucho en que se practiquen este conjunto de enseñanzas.
Así que como toda organización empresarial, y la iglesia es una gran industria empresarial a muy largo plazo, posee unos principios:
- Significado y unidad
- El bien común
- Destino universal de los bienes
- Principio de Subsidiaridad
- Participación
- Solidaridad
- Caridad
La “doctrina social de la Iglesia” refiere el derecho natural al abordar cuestiones relacionadas con la dignidad humana, la propiedad privada y los derechos de los trabajadores entre otras cuestiones.
Eso que llaman “derecho natural” está explicado en unos artículos que se reunieron en un libro que llamaron “El Catecismo”.
En ese Catecismo indican que el hombre (la especie homo sapiens) tiene moral porque Dios ha puesto los preceptos para obrar “en el bien” y eso es el “derecho natural”. Esto lo justifican diciendo que las personas somos una “imagen de Dios”. Como decía en la primera parte de estas entradas, la fantasía que forman los misterios y dogmas está aceptada como verdad irrefutable porque “ha sido revelada”. Y repito: Las argumentaciones que se dieron en contra fueron acalladas, el pensamiento crítico voló mientras exponían qué es el pensamiento crítico que evidencia los dogmas y los misterios. La creencia no pone en duda
El tema es que ese mismo Dios puso el pecado en medio de las personas y las obras buenas, un pecado que Dios, parece ser en su omnipotencia, ya sabía que cometerían. Para darle más dramatismo lo han llamado el pecado original y se inventaron que las personas nacen con ese pecado original y que con el bautismo se les quita. Eso sí, la verborrea explicativa y justificativa de los que escriben para el Vaticano es mucho más excelsa.
Y como buenos proveedores de males también tienen la solución, eso sí, la persuasión coercitiva sobre la culpa es importante, la culpa hay que tenerla como sea.
La ideología que dice que el homo sapiens “no puede tener moral si no está participando de la sabiduría y la bondad del creador” se está quedando obsoleta, ya está más que demostrado que no hace falta un dios o un creador para que el humano tenga conciencia de sí mismo, conciencia de los demás y conciencia de lo que está bien y está mal. La moral humana no tiene que ver con religión alguna, con dioses de turno o con fantasías rimbombantes.
Esta ley moral natural, que ese amigo imaginario llamado dios ha puesto en nuestra especie según la ideología cristiana, tiene el objetivo de mostrar al hombre el camino para lograr su fin sobrenatural eterno. Es decir, no sirve para conseguir objetivos de convivencia en la vida, presuntamente sirve para conseguir objetivos tras la muerte.
Así que con unos fundamentos establecidos en base a unos imaginarios conceptos religiosos, una fe dirigida por una cosmovisión particular, con unos dogmas y misterios muy específicos con una palabra esencial, “pecado”, esa palabra que por encima de todo incrusta una culpa vital a los practicantes de esta religión, han hecho lo posible para que en las sociedades vaya calando unas costumbres supersticiosas llenas de rituales que abarcan el ciclo vital de las personas para que unos pocos mandamases puedan mantener unos estilos de vida basados en las más caprichosas apetencias que puedan ocurrir en eso que llaman “El Imperio Vaticano”.
Y como todo lo que corresponde con el Vaticano tiene que ver con el poder adquisitivo que se tenga, da igual la época en que se haya vivido. Cuando empezaron a levantarse voces contra el sufrimiento que estaban teniendo las clases sociales más desfavorecidas en Occidente saltaron las alertas a estos mandamases que cuidan que la ideología cristiana mantenga su estatus a pesar de todo.
Una nefasta encíclica
Se ha vendido la encíclica “Rerum Novarum” como un ejemplo de justicia social y derechos laborales. Nada más lejos de la realidad. La industria de la iglesia vio en “El Manifiesto Comunista” de Marx y Engels (1848) un atentado a su hegemonía.
León XIII prepararó el camino de la encíclica Rerum Novarum (15/05/1891) con la encíclica “Libertas Praestantissimum” (20/06/1888) sobre la libertad y el liberalismo.
Anteriormente la encíclica “Immortale Dei, sobre la constitución cristiana del estado” (01/11/1885) dejaba los fundamentos de las relaciones con el Estado.
Todo esto se fue haciendo como freno dialéctico a unas palabras que en 1948 ya resonaron en la mitra de Pío IX:
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
Sí, había cuatro protagonistas que estaban mirando a ese fantasma y no les gustaba lo que veían.
Pío IX (1793–1878) en 1846 se afanó en publicar la encíclica Qui Pluribus en que considera al comunismo una doctrina “contraria al derecho natural” (ese derecho natural que dice que los hombres tienen moral porque el amigo imaginario llamado Dios ha puesto ahí esa moral).
A esto apunta la nefasta doctrina del comunismo, como dicen, especialmente hostil a la propia ley natural; una vez admitido, los derechos, las cosas y las propiedades de todos, e incluso la propia sociedad humana, se verían fundamentalmente afectados. De esto sirven las oscuras trampas de quienes, disfrazados de corderos, pero con alma de lobo, se insinúan con falsas apariencias de piedad más pura y de virtud y disciplina más severas: sorprenden dulcemente, aprietan dulcemente, matan en secreto; distraen a los hombres de la observancia de toda religión y causan estragos en el rebaño del Señor.
¿Qué diremos finalmente, para omitir muchas otras cosas muy conocidas por vosotros, del terrible contagio de tantos volúmenes y folletos que vuelan de todas partes y nos enseñan a pecar, compuestos artificialmente, llenos de falacias, a un costo inmenso, difundidos por todas partes para ¿Difundir doctrinas pestilentes, para depravar las mentes y las almas de los incautos en grave detrimento de la Religión? De esta coluvia de errores y de esta licencia desenfrenada de pensamiento, de palabra y de escrito, sucede entonces que las costumbres empeoran, que se desprecia la santísima Religión de Cristo y se denosta la majestad del culto divino, que el poder de esta Sede Apostólica, la autoridad de la Iglesia ha sido combatida y reducida a una vergonzosa esclavitud, los derechos de los Obispos han sido violados, la santidad del matrimonio ha sido violada, el gobierno de todas las autoridades ha sido sacudido, además de muchos otros daños a la vida cristiana y civil. sociedad, que junto con vosotros, Venerables Hermanos, nos vemos obligados a lamentar.
Fue tan listo este papa Pío IX que proclamó en 1870 el dogma de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I. El tema es que en ese concilia se tenía que hablar de muchas cosas y tan solo sacaron dos temas adelante.
Su escrito titulado “CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA DEL FILIUS* DEL SUPREMO PONTÍFICE PÍO IX es toda una fiesta del anatema (excomunión para el católico que no cumpla con los dogmas).
El zar Nicolás I de Rusia (1796–1855) no liberó la servidumbre, era el sistema esclavista que había en Rusia, los terratenientes gobernaban a los siervos campesinos como propiedad personal, “servidumbre de la gleba” se entiende la condición de la persona que está obligada por la ley, por la costumbre o por un acuerdo a vivir y a trabajar sobre una tierra que pertenece a otra persona y a prestar a ésta, mediante remuneración o gratuitamente, determinados servicios, sin libertad para cambiar su condición. Montó un sistema educativo para mostrar una lealtad ilimitada a la autoridad del zar, a las tradiciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa y a la nación rusa, el programa se llamó ”autocracia, ortodoxia, y nacionalismo”. Para la policía del zar era un delito tener o apoyar las ideas liberales, nihilistas, republicanas, socialistas o defender reformas religiosas. También era peligrosa la ciencia o la filosofía. En el año 1850 se prohibió la enseñanza de la filosofía en la Universidad. Una joya de hombre.
Klemens von Metternich (1773–1859) político y diplomático austríaco. Despreciaba el liberalismo, el nacionalismo y la revolución. Su sistema de gobierno ideal era una monarquía que compartiera el poder con las clases sociales tradicionalmente privilegiadas. Los trabajadores no estaban en sus planes pues los consideraba
François Guizot (1787–1874) político francés. Hizo fuerza para que sólo votaran los hombres ricos. Aconsejaba a otros que querían votar que primero “se enriquezcan” a través del trabajo duro y el ahorro.
La realidad Europea
Desde antes de 1848 se estaban produciendo revoluciones sociales en diferentes países debido a las medidas que la industria capitalista iba instaurando. No se pensaba en la igualdad, no se pensaba en rebajar el poder absolutista y autoritario de las coronas que reinaban. Emergía una clase social que no estaba dispuesta a dejarse avasallar por unos anacronismos feudales reconvertidos tras la Revolución Industrial.
Ese movimiento obrero nació como una crítica al capitalismo y las desigualdades socioeconómicas del mercado derivadas de la distribución de la riqueza y la propiedad privada de la burguesía, las diversas monarquías y la industria de la iglesia cristiana católica.
Irrumpe con fuerza la reivindicación de la democracia separada de los planteamientos liberales. Se pide el sufragio universal, se exige un mayor contenido en las libertades constitucionales, se propugna una igualdad no sólo legal, sino social, y se defiende la República como forma de Estado.
Debido a las malas cosechas de 1847 la pobreza y el paro hicieron aparecer formas incipientes de protesta obrera, frecuentemente dirigida contra las máquinas. Países como Austria-Hungría, Bohemia, Italia, Alemania, Prusia, Francia, España y regiones concretas de Europa tuvieron sus revoluciones particulares.
La industria de la religión cristiana católica, siempre tan sensible a los cambios de estratos en los países, iba escribiendo cartas tanto a sus obispos como a los “guardianes de las monarquías” para que no cambiase nada. Para ello nada mejor que convocar un Concilio Ecuménico por todo lo alto, hacía más de 300 años que no se convocaba uno.
Este vigésimo Concilio Ecuménico llamado Vaticano I se celebró entre 1869–1870 en la Basílica de San Pedro de Roma. Un concilio interrumpido el 20/10/1870 por la acción militar del ejército italiano para incorporar Roma al Reino de Italia.
Participaron 774 padres conciliares, pertenecientes a treinta naciones, los jefes de Estado no fueron invitados a participar. Se invitó a los obispos ortodoxos y las Iglesias reformadas, pero unánimemente rechazaron la invitación. Asistieron obispos residenciales, cardenales, primados, arzobispos, obispos titulares, generales de órdenes, abades nullius y superiores de congregaciones gozaban de voto deliberativo.
El 9 de octubre los Estados Pontificios fueron anexionados al Reino de Italia por plebiscito. Pío IX suspendió los trabajos del concilio el 20 de octubre de 1870 por medio del breve Postquam Dei munere, sin indicar una fecha de reinicio de los trabajos conciliares. En la práctica el concilio nunca se concluyó. El fin de los Estados Pontificios había llegado.
Se dice que el Concilio buscaba lograr un equilibrio entre la razón y la fe, ambas, razón y fe alegaban que son necesarias para entender correctamente el mensaje de Jesús. De paso colaron la infalibilidad papal (Pastor Aeternus) porque el papa es el sucesor de San Pedro y es guiado por el Espíritu Santo. Así se refuerzó la primacía del papa porque se le otorgó un poder plenario y universal sobre toda la iglesia.
La iglesia consideraba que tenía problemas graves y a eso lo llamó “los graves errores del momento” estos eran: racionalismo, galicanismo, conciliarismo, liberalismo, socialismo, englobados en el concepto sintético de modernismo. Abarcaban más cuestiones como la creciente influencia del racionalismo, el anarquismo, el comunismo, el liberalismo, el materialismo y el panteísmo.
El papa Pío IX quería salir al paso del racionalismo y del galicanismo (movimiento teológico francés en que se postula que la autoridad del estado o del monarca o del episcopado está por encima de la autoridad papal) que era lo que más le perturbaba, para ello tenía que atacar una raíz, el racionalismo.
En el concilio se condenó el racionalismo, el laicismo, el liberalismo, el naturalismo, el modernismo, el materialismo y el panteísmo. En la Constitución “Dei Filius”, fruto del concilio, se rechazó el racionalismo de pleno.
IV — Fe y Razón
1. Si alguno dijere que ningún misterio propiamente dicho está contenido en la revelación divina, sino que todos los dogmas de la fe pueden ser comprendidos y demostrados por la razón debidamente cultivada mediante principios naturales, sea anatema.
2. Si alguno dice que las disciplinas humanas deben ser tratadas con tal libertad que sus afirmaciones, aunque sean contrarias a la doctrina revelada, puedan ser consideradas verdaderas y no puedan ser condenadas por la Iglesia: sea anatema.
3. Si alguno dice que puede suceder que un día — en el continuo progreso de la ciencia — se pueda atribuir a los dogmas de la Iglesia un significado diferente del que la Iglesia ha querido y pretende dar: sea anatema.
* * *
Como el concilio terminó de aquella manera, bueno, no terminó, se quedaron cosas pendientes como las cuestiones humanas del anarquismo, el comunismo, el liberalismo, el materialismo y el panteísmo, esas minucias.
El resto de cánones del concilio no es más que una repetición de lo que se decía en otros concilios, eso sí, rebozado de anatemas.
En la constitución “Pastor Aeternus” se deshizo el galicanismo (posición de la iglesia en Francia postulaban que las iglesias locales debían tener más poder y autonomía) y el conciliarismo (este sector alegaba que los concilios ecuménicos tenían autoridad suprema sobre el papa, y que la iglesia debía ser gobernada por concilios representativos), la infalibilidad papal, con unas condiciones muy suaves, deja claro que el papa, como sucesor de Pedro, tiene la responsabilidad final de gobernar y enseñar a la iglesia. Este dogma sostiene que el papa, cuando habla ex cathedra (desde la cátedra), es infalible en cuestiones de fe y moral porque tienen la asistencia divina que prometió Jesús a la iglesia y porque el papa está protegido por el Espíritu Santo. En esta constitución “Pastor Aeternus” sólo hay un anatema:
Aunque inconcluso, el inicio de la guerra franco-prusiana (1870–71) obligó la retirada de las tropas francesas de Roma, lo cual propició la irrupción de las tropas piamontesas en la, en adelante, capital de Italia, el concilio sí tuvo repercusiones posteriores en la educación religiosa de los años posteriores. La exaltación a la obediencia, la apologética razonada por autoridad, la no oposición entre razón y fe fueron algunas de las consecuencias de ese fortalecimiento de la autoridad papal.
Así que algo que se llamó “la cuestión social” no se contempló en ese concilio. Estuvieron muy atareados combatiendo las herejías internas que intentaban emerger y dando la infalibilidad al papa.
El Papa ha muerto. Viva el Papa
Fue el papa León XIII (Gioacchino Vicenzo Raffaele Luigi Pecci,1810–1903) en 1891 quien sentó las bases de eso que han llamado “la Doctrina Social Católica”, tantos siglos dando la murga con encíclicas y concilio y no fue hasta que el movimiento obrero se levantó a pedir unos derechos de vida digna, a el papa (a los papas) no se le ocurrió decir algo, el 15 de mayo de 1891, el papa León XIII publicó la encíclica Rerum novarum. Los fuertes cambios económicos, sociales, políticos, espirituales, filosóficos, culturales, científicos del siglo XIX, con un concilio ecuménico inconcluso incluido, con guerras por toda Europa que dejaban claro que “el poder no proviene de dios, sino del pueblo”, con movimientos obreros cristianos o no que luchaban por conseguir unos derechos laborales y unas condiciones de vida dignas dejaba de manifiesto que la industria de la iglesia tenía serios problemas. Y eso que aquí no se ha dicho nada de “los Estados Pontificios” que eso da para otra entrada.
La Revolución Industrial planteó nuevas relaciones sociales de producción. Cuestiones como los horarios de las jornadas laborales que se tardó décadas en conseguir 8 horas laborales al día. Que las mujeres y niños formaban parte de la mano de obra barata y esclavizada parecía que no importaba a nadie. Los salarios eran tan ajustados que sólo satisfacían las necesidades básicas de los trabajadores. Surgían barrios obreros cerca de las fábricas, crecían de forma desordenada, sin alumbrado público, conducción de aguas, alcantarillado, basuras, etc. Las calles y patios estaban muy degradados por el amontonamiento de basuras y desperdicios. El peligro de infecciones era tremendo.
Todos estos condicionantes dieron lugar a que los trabajadores se organizaran para conseguir mejoras económicas y laborales, un mayor reconocimiento social y presencia política. Emergía una nueva clase social que se llamó “clase obrera” con una conciencia de clase con identidad colectiva.
Hubo diversos discursos políticos sobre lo que se llamó “la clase obrera”.
• Discurso radical/demócrata/republicano (según cada país)
• Socialismo utópico
• Marxismo o socialismo científico
• Anarquismo
• Catolicismo social
La sociedad europea estaba configurada por cinco partes, los agricultores sometidos a los terratenientes, la clase obrera, la burguesía empresarial, el clero y la monarquía. A lo largo del siglo XIX surgieron distintas formas de lucha como:
- Sociedades de socorros mutuos, finales del siglo XVIII
- Ludismo, (finales del XVIII- principios del siglo XIX)
- Cartismo, (1838–1848)
- Sindicatos, (1825)
- Socialismo utópico
- Asociación Internacional de los Trabajadores (1864)
- Segunda Internacional (1889)
A principios del siglo XX se vieron las consecuencias de estos movimientos:
- Limitación de la jornada laboral.
- Prohibición del trabajo infantil.
- La aprobación de leyes que garantizan la seguridad en las fábricas.
- La prohibición de que las mujeres y los adolescentes trabajen en minas.
- El surgimiento de sistemas de seguridad social.
La industria de la iglesia cristiana católica tenía que poner sus bases como “salvadora de la humanidad” que para eso se autoerigió faro en el año 325 en el famoso Concilio de Nicea. La conclusión es que Roma pasó al Reino de Italia como capital, y el papa se quedó sin sus Estados Pontificios.
En 1978 llega al poder papal Gioacchino Vicenzo Raffaele Luigi Pecci (1810–1903) de nombre papal León XIII y que llamaron “El papa de los trabajadores”. Nada más lejos de la realidad.
Se pudo haber llamado “el papa controlador”. Participó en el Concilio Vaticano I, fue el camarlengo de Pío IX. El 03/03/1878 fue coronado papa. Tanto Pio IX como León XIII tenían un sorbo peculiar, el “cocavino” y su vigorización era algo que, como hemos visto en otros literatos, a algunos les da por escribir. León XIII, otorgó un reconocimiento especial a su inventor, el químico Angelo Mariani. Estaba hecho básicamente de vino de Burdeos y hojas de Coca, aunque más tarde se utilizaba cocaína directamente. El etanol del vino actuaba como un disolvente extrayendo la cocaína de las hojas de Coca y modificando así los efectos de la bebida.
León XIII hizo que la teología de Tomás de Aquino se impusiera sobre otras filosofías. El 4 de agosto de 1879, León XIII promulgó la encíclica Aeterni Patris (“Padre Eterno”) que en un ejercicio de añoranza por tiempos pasados
Como el canon de la infalibilidad papal que tanto gozo estaba produciendo metió a Tomás de Aquino hasta en la sopa
Implantado el sistema filosófico y teológico tomista como oficial de la Iglesia Católica. Su autoridad lo hizo normativo no sólo en la formación de sacerdotes en los seminarios eclesiásticos sino también en la educación de los laicos en las universidades. Para ello creó la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino el 15 de octubre de 1879 y ordenó la publicación de la edición crítica, la llamada Edición Leonina, de las obras completas del doctor Angelicus (Tomás de Aquino).
Para que quedara claro todo lo que se traía entre manos en base a dejar una estructura formativa/educativa en base a una filosofía establecida y conocida por el mundo culto de ese momento. Con todos los arrebatos sociales que estaban sucediendo en Europa, y las estrategias coloniales que se manifestaban en otros continentes, era necesario aferrarse a un pasado glorioso, y qué mejor que agarrarse al clavo ardiente de “Tomás de Aquino, el que tiene palabra para todo”. Así que el papa se puso en plan “Agárrame el cocavino que esto lo arreglo yo” y fundó la Facultad de Filosofía del Angelicum en 1882 y su Facultad de Derecho Canónico en 1896.
León XIII llegó al papado en 1878 y estuvo hasta 1903. Hasta que no dejó claro su planteamiento filosófico-teológico de manera universal, no paró. Ya en 1859 había fundado la Academia de Santo Tomás de Aquino en la diócesis de Perugia, estaba dispuesto a establecer el razonamiento de autoridad tomista allí por donde fuera.
Y llegó el momento de la venenosa encíclica “Rerum Novarum” en 1891, el siglo se terminaba, las guerras europeas estaban en un “modo de espera”. Eso sí, la industria del armamento estaba al alza. Se llama “la paz armada” al periodo que transcurre entre 1870 y 1914 y a la feroz carrera armamentista entre potencias europeas y por la creación de alianzas entre naciones aliadas. Eso lo sabían en la curia eclesiástica, de la misma manera que sabían cómo estaba el asunto de las colonias en África. Lo demuestra la encíclica “Catholicae Ecclesiae” escrita el 20/11/1890 y que planteaba una masiva invasión cristiana en los países africanos en nombre de “una verdadera libertad”.
Así que con la filosofía tomista establecida, con los canales coloniales constituidos, los movimientos obreros cada vez más reivindicativos, sin Estados Pontificios, con las monarquías yendo del tingo al tango, y algunas cuestiones más. El manifiesto comunista se convirtió por obra y gracia del cristianismo en una cuestión satánica.
En 1886 en Chicago 200000 trabajadores iniciaron una huelga. Hubo una terrible y sangrienta represión sobre todo en los obreros de la fábrica McCormick, en esas épocas, la jornada del trabajador estadounidense podía extenderse hasta 18 horas. “Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa”, ésta era la reivindicación que miles de obreros solicitaban.
La Segunda Internacional celebrada en París en 1889 dio algunos resultados como que en 1890 en diferentes países del mundo conmemorar el 1 de Mayo como el Día Internacional de los Trabajadores en memoria de los mártires de Haymarket de Chicago.
Así que León XIII se puso manos a la obra para dejar claro “que la industria de la iglesia católica era el faro de los obreros del mundo” no se iba a quedar atrás con los acontecimientos ocurridos tanto en Europa como en Estados Unidos. Y escribió la encíclica “Rerum Novarum”.
Dejó claro lo que se ha llamado el Catolicismo social con la Encíclica Rerum Novarum, 1891. Presentó un modelo de organización socioeconómica presuntamente corporativista, o por lo menos así se ha vendido en sus propagandas. Para ello se sacó una mágica colaboración entre patronos y obreros en base al ideal cristiano. Dejó las bases fundacionales para que se le adjudique a la empresa cristiana católica la potestad de “ser de los primeros en proteger a los obreros”.
¿Se acuerdan de esa frase “un fantasma está recorriendo Europa”?
Ese fantasma era el movimiento obrero que estaba reclamando unos derechos que le eran negados desde los fundamentos económicos, más por la labor de contentar unas codiciosas avaricias que de proponer cambios en las personas trabajadoras.
Ya el título de la encíclica da pavor “Sobre la situación de los obreros” y escribiendo con esa falsa autoridad que le concede esa infalibilidad papal ex cathedra, punto por punto se muestra una descompensación hacia los poderosos que muchos defensores de esta encíclica quieren esconder.
“Despertando el prurito revolucionario” se inicia fuerte la encíclica. Prurito es picazón, algo que no es bueno, algo que manifiesta una enfermedad subyacente que está llegando a la economía.
La economía es algo que ha interesado mucho a la industria de la iglesia. La maleficencia viene dada cuando relaciona “la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral”, son palabras muy estudiadas para que vaya calando el adoctrinamiento porque es algo que está perturbando y mucho a los “doctos, sabios, legisladores, gobernantes y a la industria de la iglesia”.
Esta entrada corresponde a la segunda parte de la serie de entradas “Encíclicas venenosas”