Enferma soledad

Mati Matarredona
2 min readNov 25, 2019

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Esta entrada participa en #relatosEnfermedad convocado por @divagacionistas

Estaba yo en un paraíso ahí tan tranquila, a mis cosas del no saber hacer nada, cuando me vinieron a buscar al trabajo, la ambulancia estaba en casa, al churri se le había disparado la fiebre, estaban esperando por mí para llevarlo al hospital.

Llevaba tres días en casa con fiebre alta, habíamos ido al médico, no había más síntomas aparentes, solo fiebre. Pero cuando el termómetro ya marcó más de 40º las alarmas se encendieron. Sin dudar, traslado al hospital.

Una sucesión de médicos pasaron consulta, todos toqueteaban sin pudor a “mi enfermo”. Al tercer día, tras cuatro crisis convulsivas, cinco episodios de frío extremo, ocho subidas bruscas de temperatura, apareció un médico que cogió su cabeza y la manoseó de tal manera que parecía que la mandíbula se desencajaba. Yo miraba todo eso desde un rincón de la habitación asustadísima.

Me dio miedo, me invadió el frío miedo que entra en los huesos como una navaja afilada. Estaba sola en un paraíso, sola sin hablar más que conmigo misma, sola con la angustia de la incertidumbre.

La soledad de llevar días sin dormir, la tristeza del sentirse inmovilizada, la sensación de impotencia constante, el querer saber de qué estaban hablando cuando hablaban los de mi alrededor, solo podía mirar y esperar, sin saber qué esperar.

Días después mi chico me dice: “ayúdame a ir al baño”. No me lo podía creer, completamente encorvado, tardamos tres minutos en recorrer los cinco metros que nos separaban del baño, triunfante abrí aquella puerta del aseo, tardamos otros dos minutos en llegar al water. Ahí se sentó, ahí me miró, ahí con su voz jadeante me dijo: “te necesito”. No se me ocurrió otra cosa que sentarme encima de él cara con cara. No podía hablar. No contaré lo que pasó, eso me lo guardo para mí.

Para llegar a la cama volvimos a tardar como otros siete u ocho minutos. Algo había cambiado, algo había pasado.

El frío miedo se iba yendo, la tibieza iba entrando, la comprensión de las palabras se iba consiguiendo. Ahora sabía que pasara lo que pasara, por muy grande que hubiera sido la incertidumbre, ese “te necesito” llenaría todos los recovecos de mi vida, estaría en los momentos de soledad, acompañaría inciertos caminos.

Yo solo podía llorar, podía temer, podía sentir.

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Mati Matarredona
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