De partos y alumbramientos

Mati Matarredona
19 min readMar 20, 2019

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Nos cuenta Plutarco que Gorgo, hija del rey Cleómenes y esposa del famoso rey Leonidas, cuando una mujer de Atenas le preguntó:

¿Por qué vosotras, espartanas, sois las únicas que gobernáis a vuestros hombres?, ella le respondió:

“Porque somos las únicas que alumbramos hombres”.

En esta entrada han colaborado @mujercista y @fisionines, mi más sincero agradecimiento a estas bellas mujeres.

El pulgar oponible, el bipedismo y el crecimiento del córtex prefrontal produjo al humano una gran evolución, pero se quedó coja a la hora de los partos. Adquirimos capacidades cognitivas que nos llevaron más allá del uso de las herramientas, podíamos pensar en un futuro próximo sobre esas herramientas, pero el nacimiento de un feto humano inmaduro debido a la necesidad de que salga antes de que la cabeza crezca demasiado, y no pase por el canal pélvico, genera a la madre y al feto problemas muy importantes que dieron origen al llamado dilema obstétrico.

EDGAR DEGAS. JÓVENES ESPARTANOS PRACTICANDO EJERCICIOS.

El ‘dilema obstétrico’ –término acuñado por el antropólogo Washburn– plantea por qué la evolución no ha preparado la pelvis femenina para tener partos más sencillos y menos dolorosos, ya que mientras la mujeres tardan nueve horas de media en dar a luz, los partos de los grandes simios duran apenas dos horas.

Las fuerzas evolutivas que hace millones de años resultaron en nuestra posición bípeda empezaron por poner presiones sobre el esqueleto humano. Por un lado, ese tipo de locomoción favoreció una pelvis estrecha, mientras que por otro lado, la concomitante encefalización (crecimiento del cerebro) requería de una pelvis grande para el nacimiento de un feto con una cabeza grande, lo que creó un conflicto.

Se ha propuesto una nueva hipótesis para explicar la temporalidad del nacimiento humano, que fue llamada EGG. Esta hipótesis propone que los fetos nacen cuando la madre ya no puede poner más energía en el embarazo y en el crecimiento fetal, de manera que la limitación principal en la longitud del embarazo es la energía de la madre. Esto, más o menos, indica que para que el feto naciera con las mismas posibilidades que el resto de los primates habría que tener un embarazo de unos 16 meses. El cerebro del neonato es muy inmaduro y necesita de toda la vigilancia y cuidado para llevarlo adelante.

Como resultado, las mujeres embarazadas, enfrentan el llamado “dilema obstétrico” o la EGG, da igual, tienen en el parto una consecuencia y es la tasa de mortalidad materna. Tampoco se lo pone fácil al feto, tiene que ir haciendo una serie de giros en su descenso por el canal pélvico:

  1. Encajamiento
  2. Descenso
  3. Flexión
  4. Rotación interna de hombros
  5. Extensión
  6. Rotación externa de hombros
  7. Expulsión.

Nos encontramos ante un fenómeno fisiológico humano que se produce desde hace millones de años, con riesgo vital para la mujer y el feto.

Se vio la necesidad de ayudar a las mujeres que estaban pariendo, se vio la necesidad de hacer un cuerpo de conocimiento referente al tema, se vio la necesidad de buscar soluciones en la naturaleza, se vio la necesidad, ante la extrema vulnerabilidad que tiene el parto, de proteger a la madre y al feto en el momento del acto fisiológico de parir.

En los albores de la humanidad, con tantísimas incertidumbres, con tan pocos recursos, y con tantas supersticiones, los exorcismos, los hechizos y los conjuros se repetían por todos los rincones del planeta que estuvieran habitados por seres humanos. Se intuye que los primeros que estarían al lado de la mujer de parto serían sus parejas (sus hombres), si el parto iba bien, nacería, sin más consecuencias, otro miembro para la familia, si la situación se complicaba, por el contrario, ni alcanzo a imaginar lo que esas dos personas asustadas, con la mujer exhausta por el dolor, las hemorragias, o demorándose incluso la expulsión del bebé, podrían llegar a invocar.

Sea como fuere, las mujeres pasaron a cuidar a otras mujeres en el parto, la reproducción humana comprometía la propia vida humana, menuda paradoja, por eso, desde muy temprano se vio en la necesidad de atender ese acto fisiológico con la atención adecuada, a veces con éxito y otras no, pero sí se iban adquiriendo unos usos y costumbres que iban permaneciendo en el tiempo y las probabilidades de éxitos (nacimientos) aumentaban, pero como la mujer se viera con una preeclampsia (por ejemplo) ya la tenía comprometida su vida.

Pasaron los siglos y las civilizaciones emergieron, las personas que custodiaban los partos seguían siendo las mujeres. La observación había constituido un corpus de conocimiento que se transmitía oralmente. La superstición se combinaba con la praxis que, con mayor o menor acierto, iba haciendo que los imperios tuvieran su correspondiente descendencia.

Se practicaban una serie de procedimientos para que el parto fuera lo “mejor posible” para la parturienta, asistida por una partera:

– Emplasto o cataplasma: medicamento externo glutinoso extendido sobre un pedazo de tela.

– Emoliente: sustancia que actúa en los procesos inflamatorios locales reblandeciendo y mejorando la circulación local de los tejidos inflamados.

– Fomento o fomentación: aplicación de calor intenso y concentrado en una determinada zona mediante un paño empapado en un líquido medicamentoso caliente.

– Fumigación: procedimiento que consiste en recibir la acción de determinados productos mediante el vapor que producen al hervir en el agua u otro líquido.

– Molificativo: que ablanda o suaviza.

– Pesario: elemento tallado en forma de supositorio a base de lino o lana, e impregnado en alguna sustancia, que se introduce en la vagina.

– Sahumerio: consiste en la canalización hacia la vagina de humo procedente de la combustión de sustancias aromáticas.

El acto fisiológico de parir se llenó de humo, infusiones de plantas, amuletos, artefactos para abrir el canal vaginal, exorcismos, cataplasmas, hechizos, conjuros, etc., como “poseedoras del don de dar la vida y traer al mundo un nuevo ser”, las mujeres han sido vistas como algo digno de veneración (¿?). Las diversas civilizaciones han tenido enfoques distintos sobre cómo preparar el acto en el que una vida viene al mundo para iniciar su existencia. La industria de las religiones ha estado muy atenta al acontecimiento fisiológico de “parir” y lo fundamentaban en lo que Hipócrates y Aristóteles indicaron sobre las mujeres.

Parece ser que en “Sobre las enfermedades de las mujeres” (siglo V a. de C.), Hipócrates hizo una exposición sobre los saberes terapéuticos de la medicina egipcia y de una vieja tradición no escrita. Ahora todo lo dicho por Hipócrates no sirve de nada, pero sí sirvió en ese momento para mostrar “la fragilidad de la mujer” y, posteriormente, a todo lo que se relacionara con las mujeres, desde los proverbios y las representaciones literarias, hasta las normas jurídicas y los preceptos morales. Cada detalle se relacionaba inmediatamente a una idea fuerte, frecuentemente ligada a un lugar textual bien conocido, como el relato bíblico de la creación o del pecado.

En el “Tratado de la generación de los animales” de Aristóteles, sobre la función de los machos y de la hembras en la generación, el filósofo insiste largamente en el tópico del papel generador y activo del macho en la procreación. Además de enunciar este principio general de la naturaleza, Aristóteles lo ilustra con pruebas concretas traídas de la fisiología de la unión sexual. Las hembras eran tan inferiores que ni siquiera emitían, en el coito, algún semen. También su placer era puramente derivado, coincidiendo con la efusión en la madre del semen masculino. Pasivas, y más frágiles: “las hembras son naturalmente más frágiles y más frías que los machos; se puede creer que esto es una especie de inferioridad de naturaleza del sexo femenino” (IV, 6,7). Esto ha sido completamente desmontado también durante el último siglo.

También Platón “opinó” sobre las mujeres. La mujer tenía un papel secundario en la sociedad griega de la época de Platón, una sociedad patriarcal en la que el varón adulto ejercía prácticamente la total hegemonía en la vida social y pública de las polis. Para los antiguos griegos las diferentes características físicas y biológicas entre hombres y mujeres sirvieron para estructurar su sociedad. Así pues, el hombre, que en general destaca físicamente sobre la mujer, se dedicaba a actividades que requerían el empleo de la fuerza física como en el campo o en la guerra. Por su lado las mujeres, preparadas biológicamente para dar a luz, se ocupaban básicamente del cuidado del hogar y de la crianza de los hijos.

La tradición judaica marcaba todavía más la inferioridad de la mujer. El relato de la creación de la mujer (Génesis, I, 2,18), así como su participación en la tentación de Adán y su consecuente condenación por Dios (el amigo imaginario) (Génesis, 1,3), tiene efectos devastadores muy duraderos sobre la imagen de la dignidad de la mujer. En el universo de los textos jurídicos, la presencia de esta imagen es constante.

Ya en fechas más recientes, un tal Pablo de Tarso dejó claro el futuro de las mujeres para los próximos siglos. 1 Timoteo 2:11–15 Reina-Valera 1960 (RVR1960). 11 La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción.12 Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.13 Porque Adán fue formado primero, después Eva;14 y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.15 Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia.[…] Desde ese momento, los partos también tendrán como talismán un objeto de tortura y muerte: la cruz, sumergiéndonos en la oscuridad de la Baja Edad Media, etapa en la que se anularon los saberes adquiridos de esplendorosas civilizaciones volviendo con vehemencia a las supersticiones del amigo imaginario. La mujer virgen tenía algún estatus de dignidad, en contraposición a la que no era virgen, que se merecía todo lo que le pasara. Los partos estaban envueltos con el espeso manto de la Iglesia y su propósito de bautizar en su fe a todo ser humano que naciera.

Esta pre-comprensión de la mujer como ser degradado se desentraña en el transcurso de la tradición jurídica europea en consecuencias normativas, algunas de las cuales son meras extensiones de los lugares de las escrituras cristianas comunicadas al derecho por su recepción en el derecho canónico.

El parto y alumbramiento se llevaban a cabo en un entorno femenino. Si las cosas salían mal se trataba de una muerte aceptada para la sociedad de la época, cuya amenaza estaba indisolublemente unida al parto. Se rezaban oraciones para que la mujer no muriera, se colocaban reliquias sobre el vientre para que la protegieran y se apelaba a la intercesión de los santos para salir con bien del trance. La gestación, el parto y el puerperio son considerados como eventos propios e íntimos de la vida de la mujer que involucra el pudor de ésta. Por esto, en el caso del parto, el ambiente del hogar propio o de la partera forma parte de la intimidad, la solidaridad y la calidez necesarias para que el parto salga bien. Si las cosas en el parto tenían consecuencias fatales la industria de la religión se había preocupado de que las parteras pudieran bautizar y ser testigos de los hechos.

A comienzos del siglo XI, ya estaba organizada la enseñanza de la Escuela de Salerno, en Nápoles, donde varios médicos -bajo la regencia de un decano- cuidaban de ella y de los conocimientos transmitidos desde tiempos pasados. El contenido teórico era más bien pobre: el Passionarius Galieni, compuesto de fragmentos de escritos antiguos, era casi todo su bagaje intelectual. “De mulierum passionibus, in et post Partum”, un pequeño tratado de ginecología, cuya autora Trótula, fue la primera de las mujeres que aprendieron y enseñaron en Salerno. La orientación de la Escuela de Salerno es fundamentalmente experimental y descriptiva, y su obra más importante es el Regimen Sanitatis Salernitanum (1480), un compendio de normas higiénicas, de nutrición, de hierbas y de otras indicaciones terapéuticas, que llegó a alcanzar la cifra de 1500 ediciones. En la Escuela, aparte de las enseñanzas médicas (donde las mujeres eran admitidas como profesoras y como alumnas), había además cursos de filosofía, teología y derecho. Fue el primer centro médico sin conexión con la Iglesia y puede afirmarse que fue la primera universidad laica europea.

Pero, de repente, las cosas cambiaron. La histeria brujeril de los clérigos se desencadenó, auspiciada por “hombres de ciencia”.

El médico español Arnaldo de Villanova (1240–1313), a comienzos del siglo XIV, desprestigiaba a las parteras de Salerno diciendo que susurraban durante el parto y junto con el Pater noster, esta plegaria de connotaciones diabólicas mientras suministraban a la parturienta un menjurje pimentoso: “Bizomie lamion lamium azerai vachina deus deus sabaoth, Benedictus qui venit in nomine Domini, osanna in excelsis.”

Las grandes plagas asolaron y protagonizaron el final de la Edad Media. Durante el siglo XIV hace su aparición en Europa la Peste Negra, causa de la muerte, por sí sola, de unos 20 o 25 millones de europeos.

Empezaron a proliferar las universidades por Europa, los “médicos” tenían sus ritos sanadores y a algunos no les gustaba compartir sus “saberes” con las mujeres.

En la bula Summis desiderantes affectibus — Inocencio VIII, publicada el 5 de diciembre de 1484, se condenó el flagelo de la brujería y herejía desenfrenada, según se informaba en el valle del Rin, y delegando aquel en Heinrich Kramer y Jacob Sprenger como los inquisidores responsables de la erradicación de las brujas en Alemania, en la que reconoce su existencia, derogando así el Canon Episcopi de 906, donde la Iglesia sostenía que que creer en brujas era una herejía.

El Malleus Maleficarum (El martillo de los brujos) fue escrito en 1486 por los dos monjes dominicos Kramer y Sprenger. Tan sólo dos años más tarde de la Bula de Inocencio VIII, “Summis desiderantes affectibus” que consideró la brujería como una herejía perseguible (la histeria brujeril de los clérigos). En el acto, y a lo largo de los tres siglos siguientes, se convirtió en el manual indispensable y la autoridad final para la inquisición, para todos ”los jueces, magistrados y sacerdotes, católicos y protestantes”, en la lucha contra la brujería en Europa.

Por el hecho de ser mujer, ya “se sabía”, que se podían considerar asesinas en base al delirio del amigo imaginario, que se lo había “desvelado” a unos clérigos. Razón más que suficiente para quemarlas en la hoguera, desterrarlas o las torturas que en el momento se les ocurriera para que en la sociedad se materializara el temor de dios, en la lección de que, con la industria de la iglesia, no se anda con tonterías. Que de los asuntos del curar, el único que puede encargarse es el amigo imaginario. Por otro lado, de las recién creadas universidades, salían médicos formados, con sus matrículas y sus exámenes evaluativos, que aspiraban a dejar de lado a las parteras también, como el clero.

Los delitos/delirios (entre otros) favoritos eran:

  • Subversión política
  • Herejía
  • Inmoralidad
  • Blasfemia
  • Crímenes sexuales
  • Tener poderes mágicos sobre la salud
  • Tener la capacidad de curar
  • Tener conocimientos médicos y ginecológicos
  • Causar impotencia a los hombres

No eran casos de posesión satánica o de trastornos mentales, sino de que la dogmática iglesia católica ideó un proceso de apartar a las mujeres de prácticas científicas (acceso al conocimiento) de cualquier grado, ya fueran echadoras de cartas, tuvieran conocimientos botánicos o fuesen parteras; se trataba de separarlas del conocimiento y, además, aprovechar la ocasión de eliminarlas dándoles un castigo ejemplar, advirtiendo así a aquellas que tuvieran alguna pretensión de acercarse a la ciencia.

Las parteras no quedaron exentas de dichos “castigos”. A los ojos de la Iglesia, todo el poder de las brujas procedía en última instancia de la sexualidad. Su carrera se iniciaba con un contacto sexual con el diablo (¿?). Las parteras también acostumbraban a dar consejos sobre la sexualidad, la menstruación y demás aspectos de la reproducción, de modo que el clero tenía muy claro que los usos y artes de las parteras ponían a su amigo imaginario en entredicho (en forma de herejías y blasfemias, entre otras), algo que no se podía consentir. Kramer y Sprenger tenían especial tirria por estas mujeres que se encargaban de proporcionar alivio, si podían, a los más pobres entre los pobres de aquellos estados feudales y eclesiásticos.

En 1492 se descubrió América. Los cambios geopolíticos hicieron cambiar los escenarios de los estados feudales eclesiásticos, llevando allí donde fueran las supersticiones del amigo imaginario que la industria de la iglesia había creado, intentando eliminar de raíz, por medios bélicos, las tradiciones y supersticiones de los pueblos a los que iban accediendo.

En 1498, y siguiendo la misma opinión peyorativa hacia las parteras, el médico del Duque de Alba y del Rey Católico, Francisco López Villalobos, escribió Sumario de Medicina (Usandizaga, 1944: 83). En este apartado que trata “Del parto difícil” se refleja claramente su concepto:

“Por ser la que pare gruessa o pequeñuela, o porque el que nasce está grande o mal puesto, o por la madriz estar seca o estrechuela, o por ser el tiempo que quema o que yela, o la secundina es de duro compuesto; o porques muy simple y ruin la partera, o por ser enfermos los miembros vecinos, por todas las causas dequesta muera padesce mal parto, y no es mucho que muera quien pare y con fuertes dolores continos” (Usandizaga, 1944: 84–88).

Desde el siglo V al XIII, la postura ultraterrena y antimédica de la Iglesia obstaculizó el desarrollo de la medicina como profesión respetable. Luego, en el siglo XIII, se produjo un renacimiento de la ciencia, impulsado por el contacto con el mundo árabe. En las universidades se crearon las primeras escuelas de medicina y un número creciente de jóvenes de condición acomodada empezó a seguir estudios médicos. La industria de la iglesia consiguió imponer un riguroso control sobre la nueva profesión y solo permitió su desarrollo dentro de los límites fijados por la doctrina católica. La alianza entre la iglesia, el estado y la profesión médica alcanzó su pleno apogeo con motivo de los proceso de brujería, por todo el siglo XVI, en los que el médico desempeñaba el papel de “experto”, encargado de prestar una apariencia científica a todo el procedimiento.

En los siglos XVII-XVIII, se produjo un cambio absoluto, de modo que el Arte de Partear se asentó definitivamente en la esfera espacial y simbólica de lo público, pasando de ser cosa de mujeres a ser cosa de los Estados. Dicha conversión implicó mayor regulación de la actividad, mayor nivel de elaboración teórica y mayor prestigio social, fenómeno que se acompañó de la entrada masiva de varones/cirujanos que dirigieron la formación y el acceso de nuevos miembros de acuerdo con una política sexual que dio más capacidad profesional a los varones que a las mujeres, las cuales quedaron legalmente restringidas a la asistencia a partos naturales, no complicados.

Cuando la Medicina se instituye como ciencia en el siglo XVIII y comienza a intervenir en el campo de las parteras. Éstas se ven obligadas a tomar un examen por ley, para así obtener una licencia para el ejercicio de sus labores. Las parteras aspiraban a tener los conocimientos del momento de parir y a la vez salvaguardar la dignidad de las mujeres. La Medicina por aquel entonces no consideraba que la partería formara parte de su corpus de conocimiento, la perspectiva teleológica de la ciencia desde hacía siglos había hecho que las parteras ocuparan siempre un lugar estratégico “invisible”, no solo en el periodo perinatal, sino también en muchos momentos de la vida de las mujeres.

Pero no fue así, los médicos no sabían atender al parto, consideraban que las parteras competían con sus instrumentos y sus saberes, la proliferación de hospitales llevó a que las mujeres parieran en ellos, un número elevado de mujeres recién paridas morían por infecciones y no por las complicaciones del parto. Fue un médico muy observador, Semmelweis, quien es reconocido en la actualidad como uno de los padres de la antisepsia, y que también ha sido llamado el salvador de las madres. Denostado, señalado por la mayoría de sus colegas como un loco y enfermo, Semmelweis falleció en agosto de 1865, con 47 años. Él puso de manifiesto que los médicos, al no lavarse las manos antes de atender el parto, originaban la enfermedad en las parturientas, que morían de sepsis.

Mientras tanto miles de mujeres se dedicaban a atender los partos de las personas más pobres, más vulnerables y más indefensas. Con transmisión oral iban pasando los saberes de una partera a otra, de una mujer a otra.

Avanzando el siglo XX las parteras llegaron a “acuerdos” con los médicos que conscientes de la labor que hacían estas mujeres, intentaban proveerles de más herramientas, tanto cognitivas como instrumentales, o medicamentos, para que su labor fuera llevada a cabo con el máximo éxito posible.

Aquí un precioso ejemplo de una mujer partera en la España rural de mediados del siglo XX:

Han pasado miles de años para que la Medicina en todas sus ramas, entre ellas la Obstetricia, haya quedado al margen de las supersticiones, de los ritos y de las influencias del mandamás de turno en la industria de la iglesia, o de cualquier religión. Mujeres y neonatos muriendo a lo largo de la historia porque la industria de la religión puso el miedo al estudio de un acto/fenómeno fisiológico. El acto fisiológico de parir, largo y doloroso en los humanos, ha supuesto un instrumento de poder para los que querían controlar el inframundo de las almas. Por milenios no se consideró el parto como algo que tenía que ser estudiado, el parto era algo que ocurría y si el amigo imaginario de turno lo permitía, se tendrían hijos sanos, y si no lo permitía, sería resultado o consecuencia de algún castigo que la madre merecía, inventado para el momento.

Transcurren nuestros días en los comienzos del año 2019 y contamos, en nuestro país, con dotaciones hospitalarias adecuadas para que el momento de parir sea en las mejores condiciones de seguridad y confort asistencial posibles, para que ni la vida de la madre ni la del neonato corran peligro. Son muchos los profesionales que intervienen, con sus correspondientes especializaciones médicas, o de cuidados, o técnico sanitarias. Es tal el compromiso con la vida, que convergen varias unidades de salud, con sus correspondientes equipos y plantillas, para atender a cada mujer que llega a punto de dar a luz a un complejo asistencial o maternidad. Sin olvidarnos del soporte extrahospitalario, en centros de salud, consultas externas de control de la gestación, analíticas, pruebas funcionales y del estado de salud de la madre, de seguimiento del desarrollo del feto, ecografías, sesiones de preparación al parto… Todo el empeño de gines, matronas, obstetras, enfermería, neonatología, pediatría, anestesistas, quirófanos, reanimación, celadores y todo el personal sanitario y auxiliar, que pondrán todo su interés y conocimientos adquiridos durante sus años de formación y praxis clínica, para luchar contra las contingencias numerosas que puedan presentarse en el acontecimiento. Un porcentaje muy pequeño sí trae consecuencias fatales, pero los avances en el último medio siglo han sido y son espectaculares.

El regreso de los charlatanes ha sido significativo, de la mano, paradójicamente, del mayor acceso a la información de la que disfrutamos en la era de Internet. A su paso, esta oleada de desinformación y superchería anticientífica, que se propaga con gran rapidez y facilidad por las redes, va afectando a diversos aspectos y ámbitos científicos de entre los que, por desgracia, la medicina y la salud pública no se han librado. Como ejemplos más claros tendríamos a los colectivos antivacunas y también a los denominados seguidores de la “Crianza Natural”, defensores a ultranza de la lactancia prolongada de hasta los tres años de vida y del derecho de la mujer a no permitir la intervención de especialistas sanitarios en el momento del parto, incluso optando por dar a luz en casa, o fuera de un hospital, en definitiva. Nos hallamos ante un movimiento que está reivindicando supersticiones en base a que las mujeres “somos sanadoras”, “nuestro cuerpo es sabio”, hagamos el parto “como nosotras queremos” “somos capaces/¡tú puedes!”. Inconscientemente, espero, están volviendo a poner las supersticiones en un acto fisiológico. Hacer caso a que el cuerpo es sabio, es volver a los siglos V hasta XII, en que la industria de la iglesia decía que el parto estaba en manos de dios, el amigo imaginario, cuando hoy en día sabemos que por haber adquirido la posición bípeda el canal pélvico es un factor de riesgo tanto para la madre como para el feto en el momento de nacer.

La mala praxis hay que denunciarla siempre, en los centros de asistencia está la “Atención al Paciente” para la comunicación formal de cualquier queja que pueda devenir de una mala praxis o las diversas formas que se puedan dar de un profesional que “no ha estado a la altura que se requiere por la titulación lograda, sus derechos, sus deberes y sus responsabilidades que adquiere”.

Pero esta carrera de regreso a épocas de oscurantismo porque existen intereses económicos (y pocos escrúpulos), alrededor de ‘lo natural’, que impulsan campañas en redes sociales, sobre “supuestos abusos de profesionales”, sin que haya denuncia previa en Atención al Paciente o en el juzgado correspondiente, puede ser considerado un delito de difamación.

Las mujeres y hombres que “sientan la vocación de ser parteras”, tienen sus correspondientes canales de preparación y de selección para ir adquiriendo puestos laborales. Las responsabilidades por adquirir estos cargos profesionales son muchas, entre ellas es la actualización de los conocimientos constantemente.

Pensar que el cuerpo es sabio y que “el cuerpo sabe lo que tiene que hacer cuando llega el parto”, es poner a las mujeres y neonatos en peligro vital, ya se ha visto que la naturaleza nos ha dotado de un canal pélvico que entorpece los partos, los hace más peligrosos y la historia nos ha contado cómo iban muriendo las mujeres y neonatos cuando la superstición y las invocaciones estaban presentes en el momento de parir.

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Mati Matarredona
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